jueves, 30 de diciembre de 2010

Los Recuerdos

Los recuerdos acuden como una cascada caen sobre el arrollo. Se agolpan y se esparcen, durante un breve período son turbios y están entremezclados, como cubiertos por una capa translúcida que los difumina pero sin obstruirlos del todo. De a poco se van alejando el uno del otro, se van enfocando y cada uno adquiere la individualidad necesaria para dejarse flotar entre momentos y sensaciones.
El arroyo se cierne en calma, avanza suavemente empujado por las historias que se van entretejiendo, deslizandose unas sobre otras con una paz que, sin prometerlo, augura quedarse para siempre; acuñando cada relato haciéndolo resplandecer como si estuviera ocurriendo ahora mismo.
Y así sería, si no fuese porque más adelante, se encuentra despedazando el silencio a rudas voces estruendosas, una nueva cascada; que junta lo viejo con lo naciente y mezcla otra vez las sensaciones, dejando navegar a la experiencia a través de peñascos de amarguras y brisas frescas de ilusión.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

"The Blind Man"

There is a blind man that even though he lost his sight has kept looking at the stars. Every sunset he sits in the square and waits for the first star to appear in the dark sky, then, he waits a little bit longer until the rest of the stars take their places in the firmament.
- I cannot see them, you know - he says while a smile starts to draw across his face. - But I can feel they are out there; and in their reflection I can feel the rest of the world... -
As he stops speaking, sadness takes control of his expression, his lower lip trembles and a couple of tears roll down his cheek.
The blind man feels the stars and in their reflections he feels everything that he has lost, things so deep, so important, they make the loss of his eyes seem secondary.
He knows that staying close to the things he loves will make him hold on until he can get them back once again.
- Feelings make us believe. - he says.
- But sometimes even they can deceive us. We need both feelings and the will to believe in their truth ... or not. -

(The Yellow Book)

lunes, 27 de diciembre de 2010

El Mundo Mágico de las Serpientes

En el mundo mágico de las serpientes hay trompetistas, escritores y personas que miran a las estrellas. Y también serpientes. Las personas que miran a las estrellas, a su vez, se dividen entre científicos y poetas.
Los científicos tratan de explicarse y explicarles a todos, como se mueven y por qué están ahí esas estrellas, que significan sus colores y cuáles no estarán en el cielo mañana.
Los poetas no están de acuerdo con los científicos y dan sus propias interpretaciones, que la mayoría de las veces consiguen hacer que los científicos se arranquen sus propios cabellos con las manos. Razón por la cual hay tantos científicos pelados y siempre están despeinados.
Los poetas usan a las estrellas para crear hermosas historias y así enamorar a las mujeres bonitas y a las que no son bonitas también. (Es sabido que para los poetas no existe mujer que no sea bonita).
Pero a veces, de tanto mirarlos, los poetas se enamoran de las estrellas y no pueden dejar de mirarlas ni de recitarles poemas. Por supuesto, a los científicos esto les parece una tontería y una ridiculez.
En lo único en que se ponen de acuerdo los poetas y los científicos es cuando escuchan la música de los trompetistas.
Cuando se sientan a escuchar los tonos que fluyen en el viento, es como si hablasen el mismo idioma, y comentan los pasajes de los trompetistas, aplaudiéndolos cuando ejecutan una pieza que les agrade y retirándose a sus asuntos cuando las melodías no los satisfacen.
Los trompetistas componen canciones para entretener a poetas y científicos, pero más que nada, para enamorar a las mujeres. Alguna que otra vez los trompetistas tocan melodías tan hermosas que la luna se enamora de un trompetista y los poetas se enojan y los persiguen. Si el trompetista es hábil puede seguir tocando mientras escapa, si no, tiene que elegir entre dejar de tocar y correr, o seguir tocando y sufrir la cólera de los poetas.
Todos ellos, científicos, poetas y trompetistas necesitan de los escritores para poder anotar sus descubrimientos, poesías y composiciones. De otra manera nadie recodaría los versos, los movimientos ni los nombres de las estrellas.
Por eso los escritores van siempre corriendo detrás de los más hábiles poetas, científicos y trompetistas. Los poetas y los científicos creen que todos los trompetistas son buenos, pero los escritores y los trompetistas saben que eso no es cierto.
Los escritores necesitan llevar un gran bolso que cuelga de sus hombros para cargar todos los lápices, papeles y lapiceras que necesitan. Porque no se puede escribir con la misma lapicera las melodías de los trompetistas, los descubrimientos de los científicos y los poemas de los poetas. Ni tampoco llevan las mismas tintas un poema de alegría que uno de nostalgia. Ni el bosquejo de una constelación, con el nombre de un cometa.
Como tampoco pueden ser del mismo color una canción que habla del miedo que otra que habla de belleza. Por eso los escritores llevan muchos lápices y lapiceras y muchas hojas de papel.
Todas les son útiles, pues las necesitan y les hacen bien.

(The Yellow Book)

viernes, 24 de diciembre de 2010

Poema 32

Espejo de mis ojos,
canta conmigo una canción
llena este momento de emociones
para que viva en los recuerdos de la piel
y siempre te lleve conmigo.
Llévate de hoy lo que quieras,
nada de mi puedo negarte,
nada hay en mi que te olvide
o no quiera acompañarte.
Vive en mis ojos, si es tu deseo
pero vuela alto besando el cielo
que el sol te hace más brillante
y es tu calor mi sosiego.
Encuéntrame un día al menos,
entre la espuma y el suelo
que en mi viven mil recuerdos,
cambio todos por uno nuevo.
Acércate a la orilla misma,
Canta por mi una canción,
en mis ojos falta un velo
no es mi hogar mi corazón.

jueves, 23 de diciembre de 2010

El círculo relativista del oso

Dentro de la naturaleza el oso es uno de los animales, si se quiere, más relativistas de los que tenga conocimiento el ser humano. El oso es, por ejemplo, relativamente fuerte; adorable si quiere bajar un panal de abejas o terrorífico si está defendiendo su territorio. Lo cierto es que el oso puede ser marrón, gris o negro, también los hay blancos y cobrizos… Ahí lo ve, todo un símbolo del relativismo.
El oso entrando a un campamento con saliva chorreándole de la boca y las garras afiladas dispuestas: es una amenaza. Pero si cierra la boca, se sube a una tortuga y levanta un mono que se puso un tucán de sombrero: es un tótem. Y eso, mi amigo, si no es relativismo, entonces mejor que nos tapemos los oídos con roquefort, porque va a empezar a caer mierda de todos lados.

viernes, 17 de diciembre de 2010

HISTORIAS DE PUERTO

Dos estibadores descansaban bajo un farol del puerto. Uno de ellos disfrutaba un cigarro armado con tabaco nicaragüense, el otro permanecía impávido con la vista en el oscuro horizonte, más allá del río. El que fumaba el cigarro ya se había equivocado dos veces tratando de abrocharse los botones de su chaqueta, mantenía la mirada baja y trataba de hacer la menor cantidad de movimientos posibles en esta tercera maniobra. Tal vez su compañero no se percatase de sus intentos anteriores. Para tantearlo, arrojó la siguiente pregunta:
-¿Tendremos que subir pronto al barco?- Dijo sin quitarle un ojo de encima. Pero el otro siguió mirando al frente, los ojos entrecerrados atajaban el viento.
-Porque… este descanso no está nada mal, después de la cantidad de cajas que acomodamos arriba.- Retomó luego de comprobar que el otro no le respondía. Entonces agregó:
-¡Y mañana lo que nos espera! Llevan el doble hasta Bélgica.-
El otro estibador, que se encontraba aún contemplando el panorama nocturno, rompió el silencio por primera vez desde que bajasen del barco.
-El futuro es incierto. El presente es eternidad.-
El primero dio una larga pitada a su cigarro y se dio vuelta para observar el oscuro horizonte, su chaqueta seguía desabrochada. Ambos miraban hacia el mismo lugar, en silencio.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Declamaciones del número 17, en 1º persona

Soy el mismísimo número diecisiete, de todos los números que hay, ese
es el mío. Esa es mi esencia misma, pues eso mismo, es lo que soy
un número, el diecisiete. Las más diversas incongruencias del mundo
no tienen forma de aplicarse a mi, porque se perfectamente que soy y
quien soy. Un número, el diecisiete. Mucho más sencillo de lo que
podría imaginar, de lo que puede calcularse, porque no hay nada que
calcular. Dos dígitos, el uno y el siete, diecisiete puestos desde el
cero, ochenta y tres antes del cien. Soy tan mágico como tangible,
soy la lógica misma, el absurdo total. El mundo incomprensible de la
perfección, ¡ja! el humano nunca la encuentra, porque no le sirve,
no la busca, no le interesa, es más, es completamente incapáz de verla.
Para la humanidad, la perfección es una utopía que no tiene más valor
que ese, y el ser humano es desastrozo para crear utopías. La
perfección es simple, no tiene nada que explicar, ni mucho menos que
ocultar. El mundo está magníficamente orquestado y dirigido por aquella
maravillosa ciencia: Las matemáticas. Allí la perfección es parte de
ese mundo, de esa ciencia. A algunos humanos les encanta estudiarla y
comprenderla, pero pocos llegan a ahondar enteramente en la naturaleza
más pura, más sencilla, más perfecta. Eso para los números, es muy simple,
no tenemos más que ser y seguir siendo.

martes, 14 de diciembre de 2010

FIEBRE

Los ojos se abren y la luz los enceguece, cerrarlos ya trae consigo cierta sensación de malestar. Las manos pesadas parecen estar muy lejos de los hombros. Dormir y no dormir, son prácticamente la misma cosa. El tiempo queda embotado en una tortuosa sucesión de padecimientos. Al abrigo no consigue hacer desaparecer el frío, la espalda empapada de sudor hace pensar que, tal vez, se esté apoderando de nosotros un calor que no podemos sentir. Buscamos la forma de no estar allí, nos resistimos a la fiebre.
El cuerpo se siente extraño, ajeno. Es que está haciendo un gran esfuerzo por combatir algo que no debería estar ahí. A veces tenemos que padecer para ayudar. Entregarnos a la aflicción, para dejarla pasar. Que cumpla con su función y deje en condiciones el cuerpo que está protegiendo. Las manos sienten un hormigueo, tal vez sigan aún pegadas a los brazos.
Se siente como si el sol se estuviese filtrando desde cada una de nuestras células, duele, pero es una limpieza, una purificación desde adentro hacia fuera.

domingo, 12 de diciembre de 2010

MUJER ATRAPADA EN LA NIEVE

En el centro del bosque, vivía una mujer cuyo corazón con solo palpitar, encendía la alegría en aquellos lo suficientemente afortunados para acercarse a ella. Sus manos eran hábiles para cocinar, pero no tanto como lo eran sus piernas para bailar. En sus ojos brillaba un conocimiento más antiguo que ella misma y más profundo que el entendimiento mismo. Su sonrisa era la prueba irrefutable de que la belleza existía y era conmovedora. Tan fuerte como un puño cerrado, tan filosa como una espada.
Ella vivía en el centro del bosque, sus visitantes debían cruzar un largo y complicado camino para alcanzar su morada, pero lo hacían de todas formas, tal era valor de su compañía. También le gustaba deambular por el bosque, descubrir cosas nuevas en los sitios más antiguos de la zona, sitios que a veces escondían sus secretos y otras los mostraban.
Pero en el invierno, cuando llegaba el verdadero azote del frío, la nieve cubría el bosque por completo. Era una proeza insólita el alcanzar su cabaña y ella ni siquiera podía abrir la puerta. Durante varios meses pocos seres entraban o salían del bosque. Menos aún eran los que llegaban hasta su casa y ninguno que hiciera contacto con ella.
Durante este período la mujer se sentía, de a momentos, triste. Porque anhelaba el exterior y disfrutaba de recibir a sus visitas. Cuando caía la nieve ella lloraba y se reía al mismo tiempo. Lloraba porque la nieve la atraparía en los confines de su propia cabaña, pero reía, porque también amaba a la nieve. Esta era parte de su espacio, y era bellísima, suave, tenue, sobrecogedora. La mujer se preparaba para afrontar el tiempo que debía pasar bajo el cobijo helado de su única visitante invernal.
Dentro de su casa, atrapada físicamente, ella tejía un tapiz para abrigarse, pero también para mantener sus dedos ágiles. Subía y bajaba permanentemente las dos escaleras que tenía la casa, para no perder la fuerza en sus piernas. Y para que su mente no se sintiera encerrada, creaba canciones que dedicaba a cada una de las cosas que extrañaba y también a cada una de las cosas que solo tenía durante el período de nevada.
Su voz se hacía un eco interminable en la casa, en el suelo, en el aire mismo que rodeaba la cabaña. A medida que transcurría el invierno su voz se tornaba más dulce, cantando las emociones que su corazón no podía transmitir de otra manera. El dolor de la soledad, se mezclaba con la alegría de una compañía latente que siempre estaba junto a ella.
La mujer atrapada en la nieve padecía su hermosa prisión, pero había aprendido a amarla y a respetarla de la forma más digna que ella concebía. Su canto llevaba sus emociones a través del bosque y la nieve al escucharlo iba tomando forma, iba cobrando vida. Antes del deshielo, la puerta de su cabaña quedaba liberada y ella podía salir a su campo congelado, en donde la nieve había creado un jardín de estatuas con cada una de sus emociones. Ella lo contemplaba, lloraba y se reía.

(A Tania, cuyo calor abriga sin destruir)

lunes, 6 de diciembre de 2010

El caso de Benicio Fuentes

Permítanme contarles el caso de Benicio Fuentes.
Benicio era un muchacho joven con una irónica particularidad: carecía por completo de alguna seña particular. Es decir, no era bajo, pero tampoco era alto. No usaba el cabello corto, pero no podía decirse que lo usara largo. No usaba lentes ni tenía cicatrices. No llevaba lo que se dice barba, pero tampoco parecía recién afeitado. Sus ojos eran oscuros y sin brillo, pero no eran del todo inexpresivos. Al hablar no era aburrido, pero no llegaba en ningún momento a ser cautivante. En fin, Benicio era casi un misterio, uno nunca sabía lo que pasaba por su cabeza, pero tampoco se preocupaba por averiguarlo. Y así transcurrían sus días, pasando de un anonimato a otro, sin lograr dejar en nadie un recuerdo vívido.
Imagínense mi sorpresa el día que lo vi por la calle y lo noté diferente. Estaba yo parado en la vereda de enfrente, así que aproveché el que no me hubiese visto, para observarlo y ver si notaba que era lo que me resultaba extraño en él.
Lo seguí con la mirada hasta que llegó a mitad de cuadra. Entonces comencé a sentirme mal, apenado y no me quedó más remedio que apurarme para alcanzarlo.
-¡Benicio!- lo llamé de un grito cuando me di cuenta de que iba a tener que correr para alcanzarlo. Se detuvo.
-¿Qué haces, Mariano, tanto tiempo. Cómo andas?- Me saludó con un abrazo y allí caí en la cuenta de que no había podido descubrir que era lo que hacía que Benicio se viera tan distinto.
-Todo bien, yendo a trabajar, ¿Vos seguís por esta calle?- Tardé en responder
-Si, vamos si querés.- Respondió él bastante rápido.
Caminamos durante un par de minutos que parecieron horas. A cada paso que daba me sentía más cansado. Después de dos cuadras me empezó a doler la cabeza, así que le sugerí a Benicio que nos sentásemos en el café que había en esa esquina. Eso hicimos.
Me desabroché el segundo botón de la camisa y me disculpé para ir al baño. Luego de mojarme la cabeza me sentí mejor y regresé a la mesa.
-Sabes que me debe haber bajado la presión o algo por el estilo.- Comenté.
-Dos cafés.- Dijo Benicio dirigiéndose al mozo que justo pasaba por al lado mío. Yo asentí con la cabeza y puse mis manos sobre mis sienes.
-Ahora me voy a tener que pasar todo el día tomando pastillas.- Protesté mientras me sentaba. Benicio no dijo nada.
Después de sentarme, ya más tranquilo, se me ocurrió preguntarle como andaba.
-Y… no estoy bien.- Dijo él con sequedad.-Estoy triste por una mujer que se ha ido.-
Me quedé perplejo, a tal punto que me mantuve con la boca abierta el tiempo suficiente para que él se cansara de esperar mi respuesta.
-Era una mujer muy especial ¿Sabés?.- Continuó –Hacía que la vida fuese mucho más linda, todo el tiempo.-
Yo quería decirle algo, pero no sabía que. “¡Ahí está!” Pensé. Eso era lo extraño, Benicio estaba triste y lo expresaba todo el tiempo, con todo su ser. Supongo que antes no me había dado cuenta, preocupado por mi propio dolor de cabeza, pero ahora que lo pensaba tenía sentido. Su forma de caminar, cansina y pausada pero con pasos bien largos, como si en el fondo quisiese escapar de un mal momento pero no le alcanzasen las fuerzas. Sus silencios, hasta su forma de mirar y como entrelazaba sus dedos en una actitud de reposo. Todo era tristeza.
-Hay un árbol en el que ella solía sentarse, ahora ese árbol no florece.- Reanudó lo que parecía una especie de relato, no me prestaba atención ni me miraba. Era como si hubiese estado hablando para si mismo.
-También cantaba una canción muy bonita, que ahora cuando la escucho, suena como un lamento desgarrador.- Balbuceé unas sílabas inconexas y guardé silencio. Él prosiguió.
-A veces comíamos naranjas juntos. Pero ahora las naranjas no resultan ni siquiera agrias, más bien astringentes. Su risa… como extraño su risa.- Hizo una pausa.
-Es como si toda el agua del mundo no pudiese calmar mis ganas de estar con ella.-
En ese punto casi lo interrumpí por causa de unas fuertes nauseas que comencé a tener. Me sentí un pésimo amigo por no poder asistir como hubiera querido a la situación que me exponía Benicio. Me habría encantado darle alguna palabra de aliento, pero en ese momento en lo único que podía pensar era en lo mucho que me dolía el estómago, la cabeza y en el mareo que tenía.
-Disculpame, Benicio, me voy a ir para casa porque me siento muy mal.- No esperé su respuesta y me levanté, agarré mi abrigo y salí a buscar un taxi. Llegué a escuchar mientras salía, que Benicio seguía hablando solo.
-La angustia es tan grande y tan poderosa…-
Lamenté una vez más no haber podido ayudar a mi amigo.
Llegué a casa y me acosté, avisé que no iría a trabajar y me preparé un té. Llamé al doctor de urgencia y lo esperé acostado. Tardó dos horas en venir. Tiempo durante el cual padecí, a demás de mi malestar físico, el aburrido empate a cero entre Platense y Ferro. Cuando el médico llegó se lo dije.
-Más de dos horas llevo esperando…-
-Si, ya lo se pero ¿Qué quiere que haga yo?¿Ha visto todos los casos que hubo hoy?- Lo miré confundido.
-Usted tiene ese virus que le provoca nauseas y mareos ¿No?.-
-Si…- Respondí tímidamente.
-¿Y no escuchó nada?- El doctor me miró y se acercó al aparato de televisión. Puso un noticiero.
-Todo la mañana llevan hablando de eso, parece que es un virus que se debe haber pasado por el agua, pero no encontraron nada todavía.- El doctor continuó.
-Los de Aguas Provinciales dicen que en el agua no hay nada malo pero ¿Qué van a decir? Con todos los casos que hubo, todos en la misma zona, no se van a poder zafar.-
Volví a quedar perplejo. El noticiero decía que en el día se habían reportado no menos de diez mil casos y mostraban imágenes de la zona de alcance. En esas imágenes pude reconocer perfectamente mi barrio, el bar en el que me había sentado con Benicio, el almacén donde él trabajaba y el edificio en el que él vivía. Todos los otros lugares estaban entre medio de los anteriores. Y entonces lo recordé.
-La angustia es tan grande… y tan poderosa.-

Primavera, 2008

domingo, 5 de diciembre de 2010

“Entre dos o más caminos, siempre”

A veces nos preocupamos por alcanzar las metas que nos proponemos, de una sola manera. A veces, cuando tomamos un camino, nos cuesta detenernos a pensar si ese camino es realmente el que creemos correcto. Como lo elegimos en un momento y creímos que lo era, no lo cuestionamos; preferible que nos azoten, antes que reconocer una equivocación. Pero nos preocupamos y nos angustiamos, por la elección.
A veces uno cambia, a veces los caminos cambian y es necesario tomar uno nuevo para llegar a la misma meta que nos propusimos en un principio. Y esto nos preocupa y nos angustiamos. Pero ese principio: ¿Dónde está realmente? ¿Cuándo elegimos el camino? Creo que a ese camino lo elegimos hace mucho, incluso antes de nacer alguien ya lo eligió por nosotros. Creo que lo elegimos cada día. Incluso cuando creemos que no lo elegimos, también a eso lo estamos eligiendo. Detenerse, observar y reanudar la marcha. Allí está la fuerza de la decisión. Si nosotros mismos no nos cuestionamos, entonces es muy fácil elegir. Hay que tener dudas, para elegir con seguridad.
Encuentro sumamente estimulante el estar entre dos o más caminos, Significa que hay varias opciones. Que aunque haya incertidumbres, tus elecciones cuentan, pesan, sirven. Significa que te estás moviendo a vos mismo. Significa que tu camino es único y que estás muy vivo. Porque al que cree que tiene un solo camino, siempre le queda ese otro. El único que en algún momento, es el camino que le espera a todos. El que todos siguen aunque no quieran elegirlo.

(dedicado al Mom, que me ayudó a darme cuenta de lo importante que es elegir)

Paco Bracaia
03-12-2010

viernes, 3 de diciembre de 2010

Mariano y su rectángulo.

Mariano tenía un rectángulo y se sentía el rey del mundo. Nadie lo entendía, nadie lo envidiaba. El sostenía su rectángulo, lo sacaba a pasear, le cantaba canciones y lo llevaba a navegar. El rectángulo era su amigo y se lo entregaba todo. El rectángulo lo cuidaba y mantenía la integridad de su alma inmortal. Le cantaba más seguido la canción del manzanal.
Mariano miraba por la ventana y pensaba en las estrellas… Se preguntaba si la distribución del cosmos habría sido obra de un ingeniero o de un poeta. Compró un banquito especial para que el rectángulo, su amigo, no tuviese que estirar el cuello cuando se sentaba en la mesa. Su comida favorita eran los espárragos, su pasión el violoncello. Su peinado era un desastre, su pecado: la soberbia. Cincuenta estrellas contó Mariano, el firmamento de noche le cautivaba. Para él, el mundo era un puñal frío, que entra y sale de las tripas de los humanos sin dejar cicatrices, pero abandonando su temperatura en el interior de sus víctimas.
El rectángulo lo cuidaba, se preocupaba por él. Sufría con su dolor y gozaba con su dicha. Él lo sostenía y lo sacaba a pasear. Nadie lo entendía, nadie lo envidiaba.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Going on

(to Sasha)

Going on, like actually travelling,
she moves through shadows and distance.
She wakes up and causes everyone around her
to open up their eyes a little bit more.
She draws a world that still doesn’t exist,
she makes it come to life by dancing inside the ring.
I’ve seen her mad, complaining, struggling…
…and I wish I never have to argue with her.
I’ve seen her dancing and, luckily, smiling.
I trust her smile, for it is the fairest expression
I’ve ever seen on her face.
But I’ve seen her dancing.
And I saw her going on…
I saw her travelling to future, to life…
I saw her dancing and I danced with a smile.


Paco Bracaia
01-01-2010

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La lluvia y el hombre de los mil rostros.

Llueve, siempre llueve cuando te necesito mucho, desesperadamente. Como piedad del destino acude a mis emociones para calmar el espíritu que las provoca. Yo cierro los ojos, la siento caer, cada gota de agua sobre el suelo canta una historia de amor. Se suceden las historias, de aquí y de allá, historias de gente afligida, que no sabe como llorar. Historias de gentes dichosas, que no pueden parar de sentir. Algunas en Sol mayor, otras en Si menor. Caen de a una y de vez en cuando dos o tres a la vez.
Entre los sonidos de las notas puedo escuchar un chelo, que llama mi atención sobre cada historia y me lleva de una a otra, como un espectador encantado. Yo me dejo llevar y escucho todo lo que puedo, siento como si la vida misma de millones de seres, cayese con cada gota. La pura esencia de cada persona, animal, vegetal y hasta algunos minerales. Para la lluvia somos todos iguales, así es ella: maravillosamente justa.
Cuando me doy cuenta estoy bajo la lluvia, empapado. Tengo un poco de frío, pero es solo mi propia soledad, mi propia amargura que aflora ante cada gota que lava la absurda humanidad con la cual nos empecinamos en cubrirnos. Entonces veo mi rostro reflejado en un charco, pero no me reconozco, pienso que ese no puede ser mi rostro. Cuando la lluvia me susurra: “Acostúmbrate, porque eres el hombre de los mil rostros.”

Paco Bracaia
29-10-2010

martes, 30 de noviembre de 2010

Los 47 rusos

Podrían haber sido menos, acercarse a la docena; o muchos más, pasarse del centenar, pero no. Eran cuarenta y siete rusos. Todos tenían puesto ese gorro de piel con mucha lana del lado de adentro que les tapaba las orejas. Hacía frío y todos tenían las manos dentro de los bolsillos. También tenían, todos, gruesos abrigos que les cubrían parte de las piernas.
Discutían sobre quien era el más ruso de todos, hablaban al mismo tiempo y cuando lo hacían se les congelaba el aliento alrededor de la boca. A veces ocurría que uno decía algo verdaderamente ruso, a lo cual los que se encontraban cerca, se callaban durante un momento para escuchar como seguía el discurso. Pero ante la primera diferencia de opinión se ponían a conversar otra vez. Había algunos que habían logrado llegar a la más primitiva forma del ruso, en la cual prácticamente emitían simples gruñidos y ademanes realizados sin sacarse las manos de los bolsillos. O sea, cabeceándose y haciendo muecas feroces.
Uno de ellos, que se hacía llamar Vladimir, había conseguido hacer callar a otros cinco rusos que se encontraban junto a él. Pero entonces, en medio de un discursillo acerca de sus vastos conocimientos pictóricos, se mordió la lengua. Aquello desató una oleada de carcajadas descomunal, los que no habían podido prestar atención a lo que había sucedido, preguntaban al respecto a sus aledaños y al no recibir como respuesta más que carcajadas y hombros encogidos, se echaban a reír igual para no parecer más tontos que los demás.
En medio de esa marea de sonrisas, había un ruso que permanecía serio, muy serio. Sentía que al quedar fuera de esa carcajada casi unánime, él, era el menos ruso de todos los presentes. Entonces decidió retirarse. Con su serio semblante paseó por entre los otros cuarenta y seis rusos y a cada uno lo miró a los ojos. Hubo algunos que no pudieron devolverle la mirada, otros que si, pero no hubo ninguno que no cambiara su expresión por seriedad. Y así se retiró, mirando hacia adelante.
Sumidos en el más profundo de los silencios, los cuarenta y seis rusos que quedaban agacharon la cabeza casi al mismo tiempo y no se miraron entre ellos. Todos pensaron que el más ruso de ellos acababa de abandonar el lugar.

29-07-2009

lunes, 29 de noviembre de 2010

El Candidato

Alesia subió al compartimento. La escotilla sonó pesada contra el borde de metal.
Subió, recorrió con la mirada todo el suelo de la habitación, adentro solo estaba Juan Carlos, comiendo papa hervida.
-Esta comida es una mierda.- dijo Juan Carlos fastidioso.
-Callate y seguí trabajando, no te pagamos para comer.- Alesia le arrojó un saco de tela, que contenía muchas tabletas.
-Andate a la concha de tu madre, Alesia.- Juan Carlos estaba de muy mal humor.
-Terminá de armar el fragmento, que mañana lo tenemos que probar con las ovejas.-
El fragmento era un importante módulo que jugaba un rol esencial en el experimento que estaban llevando a cabo.
-¿Para mañana? ¡Es una locura! Si prueban esto en una oveja la van a volatilizar.-
-Por eso te tenemos a vos, arreglá el fragmento. Que esté listo para activarse mañana. Si no sos útil te vamos a empezar a tratar con menos cuidado ¿Entendés Juan Carlos?- Juan Carlos no se había terminado sus papas hervidas. Alesia le dedicó una mirada amenazadora y al salir cerró la escotilla con un fuerte golpe.

Al otro día.
Una oveja salta felíz por el campo, tiene un cinturón atado con un aparato electrónico y en la cabeza, un casquito con un paraguas. Da un par de saltos, dice “mmeee…” y explota. No queda ni un rulo de lana.
Del Mico, el encargado de la operación, se agarra la cabeza y grita. Juan Carlos llora en silencio, cabizbajo, Alesia se apresura a traer otra oveja. La preparan y la operación se repite, esta vez la oveja no explota, tiembla cada vez más rápido y se desdibujan los bordes de su cuerpo hasta que convierte en un político. Todos saltan de júbilo y tiran serpentinas, todos menos Alesia.
Ella llama por teléfono y dice.
-Hola ¿Con el partido? Ya tenemos al candidato.

17-04-2009

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La historia de Nidia y Omar

Omar era un músico que tocaba el violín con singular destreza. Interpretaba piezas con alegría y quienes lo escuchaban lo disfrutaban y lo admiraban por las emociones que lograba transmitir con su instrumento. Al terminar sus funciones, la gente se acercaba a estrecharle la mano, a felicitarlo y Nidia, a darle un abrazo.
Pero Omar se sentía insatisfecho porque ansiaba ser el más hábil violinista que jamás hubiese existido y que todos le reconociesen por ello. No importaba cuanto le aplaudiesen desde el público, el siempre sentía que tenía que tocar mejor y siempre se iba desconforme con su labor, cuando terminaban sus espectaculares presentaciones. Y no había ninguna palabra que Nidia, su mujer, pudiese decir para hacerlo cambiar de parecer.
Fue entonces que Omar, comenzó a ocuparse más tiempo en el perfeccionamiento de su técnica. Primero dejó de salir por las noches y su obsesión creció. Luego dejó de ver a sus amigos y más tarde, también a sus parientes. Hasta que un día dejó de salir de su casa. Nidia, desesperada, le repetía continuamente que se saliese de su ostracismo, pero el no le contestaba más que con una mirada seria.
Aquella mañana, Nidia se le acercó llorando y le imploró que le dirigiese la palabra. Omar giró su rostro hacia ella y sus ojos no pudieron verla. Durante varios días permaneció Nidia junto a él, esperando que le dijese una simple frase o una mirada al menos, como las de antes. Pero solo escuchaba las notas que salían del violín, nada más recibía Nidia de Omar. La situación se mantuvo hasta que el músico, incapaz de ver a Nidia, decidió que como ya no tenía nada que aprender allí, se iría a otra parte. Ella lo vio irse de la casa solo con su violín a cuestas, lloró la lagrima más triste y no volvió a llorar nunca más.
Omar viajó a muchas ciudades, llevando a todas partes su cada vez más pulida y prolija técnica. Y aunque sus interpretaciones despertaban enormes ovaciones y rostros admirados, él ya no recibía ningún abrazo después de los conciertos. Su música se acercaba a la perfección, pero se oía triste, hermosa y devastadora. Con el tiempo dejó de ver al público y no mucho después, dejó de ver a los demás músicos.
Vagó por las calles buscando las piezas que le faltaban a su música. Cuando caminaba ya no veía a ninguna persona. Viajó lejos, muy lejos, sin conseguir ver a nadie y cuando hubo llegado aún más lejos, cansado, se subió a un tren deslucido, de color azul, que no era conducido por nadie, donde Omar era el único pasajero. Pasó tiempo y más tiempo. Dejó de ver las estaciones, poco después también dejó de sentir el movimiento de los vagones.
Entonces y solo entonces Omar miró a sus alrededores, se asustó y sintió confundido. ¿Dónde estaba todo el mundo? Pensó. Pero más que nada pensó en Nidia, su mujer, su vida, su amada, su amada Nidia. Entonces sus ojos se llenaron de pensamientos y él extrañó profundamente su compañía. Omar ya no veía casi nada, todo en tiempo pensaba en Nidia y tocaba el violín.
Consiguió Omar un día, descender del tren azul que le llevaba y deambuló por las calles desiertas de una ciudad desconocida. Caminó como hacía tiempo no lo hacía y comenzó a ver los árboles y los insectos. De a poco fue capaz de empezar a ver personas, no muchas, pero las veía. Se acercó emocionado a un hombre delgado, que no era tan solo un hombre, sino un recuerdo disfrazado. Omar se presentó rápidamente y dijo el recuerdo ser como un brujo, o un mago. Le concedió, al verlo tan triste, un deseo al desdichado Omar. Sin pensarlo, Omar pidió al instante, que se le conceda el regresar con su amada Nidia. El recuerdo dijo entonces, que lo único que podía hacer por él, era concederle ver a Nidia, pero que ella no podría verlo, ni tocarlo y solo lo escucharía a través de su violín.
Así fue que Omar accedió y desde ese día, todos los días interpreta las más bellas melodías para su adorada Nidia. Y ella, sola, las escucha. Y siempre llora una sola lágrima.

“La historia de Nidia y Omar”
10-07-2009

jueves, 11 de noviembre de 2010

In the sphere

Everyone is born in a sphere. Since we are conceived, our life begins to develop and take form on the inside of a sphere. It protects us from a hostile environment that threatens to alter our state of secureness. We need the sphere. We then move to a bigger sphere. For some people it is just big enough to fit themselves, for others it may be a lot larger. The sphere can grow bigger and, of course, we can always move to another sphere, more suitable for our needs. But the fact is that it’s still the same habitat which we refuse to call a prison. It exists because there are so many things we do not want to be a part of our lives, it exists because we are too afraid to face them and deal with them. In the sphere life goes on guided by some kind of ideal purpose, the sphere takes good care to keep it unaltered, vivid and meaningful. So you follow along. Self-assured, convinced that life works in that particular way and no other.
We can sit still enjoying our world of adequate elements, acting together to transmit the image of a life of satisfying proportions, projected on the walls of the sphere. But what do we do when something we did not expected crosses the limits and comes in? How to react when the sphere can no longer provide us of it’s safety? A person can be as strong as anyone can be, but what happens is that ideal life goes down piece by piece. The sphere has gotten too big for you to control it.
There are some who realize the way the sphere works. That at some point we need it in order to grow, but after some point we need to take it down, because it keeps us from knowing the whole. Otherwise we stay still, alone, we suffocate our own emotions asking to ourselves how things would be if we weren’t alone. When we leave a sphere we start to understand that we are not alone, but we learn to look for the sphere, each one is more difficult to be found, to be understood, but it’s there protecting us, telling us where our limits are. The world is just another sphere, protecting us till we are prepared to understand that we are not alone, challenging us to discover the next sphere.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

"Reflejo del niño índigo"

Esa noche yo estaba muy confundido. Mis pensamientos vagaban sin punto fijo para estancarse en meollos insignificantes. Un vasto territorio de pequeñas penas, cada una de ellas incapaz de conmover por si solas el espíritu de un hombre. La verdadera desilusión, era que al darme vuelta, mi espíritu se veía como un campo interminable sembrado de pequeñas e insignificantes emociones.
Entre las sombras había algo agitándose. Traté de entornar los ojos, pero no conseguí distinguir nada. Me equivoco, pude distinguir los movimientos de algunas figuras insustanciales, cuyas fisonomías no las definían tanto como sus movimientos, flotaban y se desvanecían. Todo aparecía en una gama de colores en la que predominaba el índigo. Desenfocado, el campo parecía estar dominado, sin saturarse, por esa tonalidad. El índigo es el color de aquellos que tienen la capacidad de comunicarse con entidades que no pertenecen a nuestro plano.
Miré la masa informe, que no era más que la realidad que me rodeaba pero no podía percibir con detalle. La observé con decisión y sin llegar a ver nada supe que allí había algo más. Algo que se movía y ... ¿Me hablaba? ¡Si! Lo hacía, algo que estaba allí, en alguna parte de esa incongruencia visual, se comunicaba conmigo. Ahora, yo no veía más que tonalidades de índigo.
El vació absoluto, me llamaba por mi nombre y me decía que no creyese en la ausencia , que había un estado en el cual todas las cosas se encontraban siempre presentes.
Cuando volví a mirar hacia las sombras, vi que algo se acercaba, en realidad se materializaba. Poco a poco iba tomando una forma más definida, más concreta. Y era un niño, lo que me hablaba entre las brumas de colores fríos, índigos, era un niño de nueve años. Me sorprendí y le pregunté quien era. Me miró y sus ojos eran tan profundos que parecían estar vacíos, pero estaban completos. Me respondió que yo estaba perdido, que él me ayudaría a regresar y a ver. Que él ni siquiera era un niño, tan solo el reflejo de uno.


(A mi amiga Agus,
que retrató sin saberlo,
un mundo escondido adentro mío)

jueves, 4 de noviembre de 2010

She holds the world

She grabs the earth with her hands, buries the root of a small plant,
wipes the sweat from her forehead with her arm. She smiles, her face is
covered in mud; her smile, in blessings. She stands up; her back is
strong, her waist slim and limbered. She turns around and everything
in the field seems to follow her movement. She walks slowly through
the weeds, her hair is an answer to the air's request for
companionship, the ground wishes she would stay still to feel her
small feet over the grass, but she doesn't. She dances without even
noticing. She's getting closer to dreaming, the wind plays the tune of
her heart. No sorrow hides the horizon, no pain finds a way through
her sigh, she's looking beyond time and distance, she's holding the
world in her hands.

El mundo en Personajes - Entrada nº2 - El hombre de la taza medio vacía.

Son las cinco menos veinte de la madrugada. Es una
ciudad apoyada sobre la vera del río, un gran río. Hace
mucho calor, la obscuridad trae un silencio ambiguo y la
humedad hace que la ropa se pegue al cuerpo.
En el parque, una nube de mosquitos se arremolina
sobre un farol de baja densidad, su color ambarino da un
tono viváz a los adoquines y los mezcla con el de las
plantas. El sonido de los grillos completa el cuadro.
Del otro lado de la ventana un hombre lo contempla.
Acaba de ser picado por un alacrán. Se pregunta si el
aguijón será venenoso, eso hace que le duela menos y se
preocupe más. Sostiene una taza de café medio vacía, a
este hombre le cuesta ver lo que tiene si está junto a
lo que le falta. Baja la vista hacia el cadáver del
alacrán, suspira. Deja la taza sobre su escritorio y
se pasa un trozo de algodón empapado con alcohol sobre
la picadura. Se pregunta si servirá para algo, es la
primera vez que le ocurre y no sabe hasta que punto
preocuparse.
Es cartero. Debería preocuparse por llegar a tiempo
al correo y por resolver rápidamente una ruta que lo
lleve a completar su trayecto evitando las calles con
adoquines, porque estas le arruinan la bicicleta. Sabe
que ya no tiene tiempo para volver a dormir y se maldice
por haberse levantado para ir al baño. Le gustaría poder
volver el tiempo atrás y no hacerlo. Se da cuenta que su
día transcurrirá con una hora y media menos de sueño, de
la que tiene habitualmente. Sabe que a la tarde estará
cansado y de mal humor, ya empieza a padecerlo.
Otra vez mira por la ventana, imagina un mundo sin
alacranes, donde la vejiga hinchada no le quita el
sueño a nadie, donde las picaduras en los tobillos no
duelen, donde los tobillos no se inflaman por las
picaduras. Hasta ahora no se había percatado de que su
tobillo se había hinchado. Mira el telefono, pero
desiste de la idea de llamar a emergencias médicas. Mira
el reloj, son las cinco menos dos minutos. Vuelve a
reprocharse internamente el haberse levantado hace casi
media hora.
Este hombre sueña con una felicidad basada en la
falta de calamidades. Pero no la busca, porque si no
tuviese esas pequeñas tragedias para preocuparse, no
sería capáz de sentir nada. Aún no se ha dado cuenta de
que el disfruta del sufrimiento, si lo hiciese quizas no
lo reconocería. Vive a través de las desgracias, que lo
consuelan más que la alegría, cuando llega.

lunes, 1 de noviembre de 2010

De como me convertí en un planeta. (ojo con esto)

Ray Bradbury estaba ahí, me miró y me preguntó qué estaba haciendo yo allí. Lo miré, hice una pausa y sin dejar que me temblara la voz respondí con tono astuto – Yo podría hacerle la misma pregunta, Sr. Bradbury.- Me sentí muy astuto. Ray Bradbury parecía confundido, estaba parado en mi panza, junto a un lunar que tengo cerca del ombligo, del otro lado había un cuete, como los que se usan para ir al espacio. Me miró y se podía ver claramente que estaba cruzado por una profunda emoción, sus ojos veían lejos, cristalinos y ligeramente húmedos. Su voz se quebró al preguntarme – ¿Esto es Marte?- Le respondí que no, que era mi panza. Y entonces se puso furioso - ¡Tonto! – Exclamó Ray Bradbury con profusa indignación – No sabes lo que has hecho, te estás convirtiendo… Oh, diablos! EN UN PLANETA!- Rápidamente me miré la panza y entonces descubrí que lo que decía Bradbury era cierto. Mi barriga en toda su plenitud, se había teñido del mismo tono rojizo con el que el escritor describiera al planeta. Rojo, rojo gastado, erosionado. Aspiré el aire pausadamente, para no marearme. Pero allí estaba, tan claro y tan tangible como cualquier otra cosa. Comprendí el alcance de lo que el me había dicho. Había dejado que los acontecimientos se sucedieran libremente y me estaba convirtiendo en un planeta. Mis pies comenzaron a sentirse más livianos y poco tiempo después me encontré flotando en calma. Giraba lentamente sobre mi propio eje. Me volví hacia Ray Bradbury para pedirle una explicación con la mirada, pero el estaba absorto en sus propias cavilaciones, las cuales no me atreví a interrumpir.
De improviso, un sonido tenue pero notorio cortó el silencio de mis pensamientos. Era como si estuviesen raspando una superficie, pero con suavidad y autocontrol. Y provenía del cohete. Permanecí observando con expectativa hasta que vislumbré una sombra del otro lado de la nave. Estiré el cuello para alcanzar la figura con mi vista y lo conseguí, lo que percibí, me dejó sin aliento, anonadado. Junto a la superficie del vehículo espacial, se encontraba nada menos que el Sr. Miyagui. Si, aquella estrella de inagotable sabiduría karateka no paraba de encerar y pulir el costado del cohete. Me cagué de risa. Pero enseguida me disculpé con Miyagui, porque lo había interrumpido en su tarea. El hizo una profunda reverencia y me preguntó si había algo que el pudiese hacer por mi. Yo no supe que contestar, qué podía pedirle yo al gran Sr. Miyagui. Entonces se me ocurrió que tal vez el podría hacer algo para calmarlo a Ray Bradbury que había quedado bastante desorientado con todo este tema del planeta. Se lo sugerí y el asintió con la cabeza al tiempo que decía – Hai – Entonces fue a buscar al escritor y le explicó que lo que estaba ocurriendo era perfectamente normal y lo invitó a su casa. Si, ahí vi que atrás del cuete estaba la casa de Miyagui y se sentaron los dos en unas reposeras. El maestro de karate fue a buscar champagne y ambos se quedaron bebiendo hasta entrada la noche, charlando de sus experiencias y desventuras y comentando los resultados de la última fecha de la Liga de Campeones.
Yo observé que ninguno de ellos tenía traje de astronauta, ni casco, ni máscara. Y me sentí orgulloso de ser un planeta con atmósfera.

domingo, 31 de octubre de 2010

El mundo en Personajes - Entrada nº1: Adalbosta Bonicciengui

Adalbosta Bonicciengui es un empleado público de unos veintiséis años que trabaja en el ANSES. Cuando le pica el culo (y esto le ocurre habitualmente) trata de rascárselo disimuladamente sin tocarlo con las manos. Lo que hace es moverse sobre su silla de un lado al otro, tratando de que se le separen los cachetines. A veces esto no funciona, entonces Adalbosta interrumpe a su interlocutor levantando el dedo índice y exclamando: “Discúlpeme un segundito ¿Eh?”. Y se retira al baño a lavarse bien.
El señor Bonicciengui presta un poco de atención a las personas que atiende, entonces, para que parezca que presta mucha, hace un gesto moviendo la cabeza suavemente de arriba hacia abajo. A veces también aprieta sus labios como para añadir mayor compenetración a su expresión. Otras veces se tira pedos y se sonríe abriendo mucho los ojos.
Cuando alguien le hace una pregunta que el no puede responder inmediatamente, gana tiempo rascándose la cabeza y diciendo, luego de un chasquido de su lengua: “Seee… esteee… vos sabes que este… es un temita complicado, pero no te preocupes, ya lo vamos a resolver.”
Siempre que Adalbosta va al baño se trae un poco de papel higiénico en el bolsillo, un poco por si se da un percance de improviso y otro tanto para terminarse el rollo y que el próximo que vaya, tenga que limpiarse con la mano.
Tiene la costumbre de abrir su cajón del escritorio y revisarlo, pero nunca busca nada, simplemente declara que le han robado la abrochadora.

El día del pastel en Colin Mollado

Era una noche cerrada, cálida. Framptom bailaba la canción de los pasteles y el pueblo entero le admiraba.
Como pocas cosas lo hacían, las celebraciones del día del pastel, lograban unificar los espíritus de todos los habitantes de Colin Mollado, un pueblo del oeste argentino. Dentro de todas las actividades que podían encontrarse, había una feria, un escenario donde se presentaban obras de teatro y finalmente el gran baile en el molino. Pero la sensación excluyente, aquello que conseguía siempre llamar la atención, al punto de haberse convertido en una tradición tan firme como la de cortar el Gran Pastel, era Daniel Framptom bailando la canción de los pasteles. Cuando lo hacía las mujeres suspiraban, incluso aquellas que, sin lograrlo, intentaban apartar la mirada hacia otro lado. Los hombres se divertían, porque el baile de los pasteles era a su vez cómico y magnífico, los jóvenes lo admiraban y los ancianos asentían con la cabeza.
Durante los cinco minutos que duraba la canción, Daniel Framptom era un generador de felicidad que hacía vibrar a los cincomil corazones que habitaban el pueblo, especialmente el de Canela Vismar, que lo miraba con una sonrisa tan incontenible como imperecedera, así es como siempre recordaré el rostro de Canela. Porque cuando veía bailar a Daniel, era subrayadamente bella.
Al terminar, la gente coreaba su nombre estruendosamente, lo llevaba en andas hasta el puesto de bebidas y le invitaban una gran jarra de cerveza que había que sostener con ambas manos. A Canela le hubiese gustado acercarse y decirle lo mucho que lo quería, pero no se atrevía.
Esa noche, Daniel le preguntó a Canela por qué estaba tan triste. Ella respondió sin mentir, que no sentía tristeza alguna. Pero Daniel podía percibir un velo de amargura. Entonces la invitó a acompañarlo en el gran baile del molino, ella aceptó entusiasmada y el pudo ver la misma expresión, el mismo rostro, que ella lucía cuando lo miraba bailar.
Bailaron juntos. Pero no fueron elegidos rey y reina del pastel, porque el pueblo designó a otra pareja. De todas formas se quedaron bajo la luz de la luna hasta que el sol les tocó el hombro y un pescador les regaló siete pescados.

viernes, 24 de septiembre de 2010

El Rey de los Nosos y el Rugidor

Poster, Rey de los Nosos, mecía sus dedos sobre la guitarra. Con ligereza y precisión, afinaba los diecisiete tonos de la escala Nóstica.
Sus ojos entrecerrados miraban hacia delante como buscando algo más que la nota adecuada. No necesitaba ver donde se posaban sus dedos, simplemente llegaba siempre a tiempo a la nota que quería. Todos los nosos lo respetaban por su habilidad y sabiduría.
Junto a él, se encontraba un rugidor, los rugidores suelen ser más altos que los nosos, pero este era un rugidor particularmente grande. Los rugidores se caracterizaban por tener una voz profunda y ronca (de ahí su nombre) sonaban como verdaderas bestias cuando hablaban; pero este era especial, este rugidor podía cantar.
La mayoría de los rugidores no podía cantar, de hecho había muchos que por el carácter y la altura de su voz, encontraban el hablar sumamente incómodo y lo evitaban en la medida de lo posible. Pero este rugidor era diferente, su nombre era Mómoc y no solo podía, si no que disfrutaba de entonar numerosos tipos de melodías. A pesar de que su voz era muy grave y rasposa (o quizás precisamente por eso) lograba un equilibrio entre fuerza y sutileza que conseguía conmover a la audiencia siempre.

Mómoc era el orgullo de los rugidores y en sus conciertos con el Rey de los nosos daban a ambas razas un ejemplo de igualdad y tolerancia. Aunque había veces, cuando estaban ebrios y se faltaban el respeto, en que terminaban golpeándose con los puños, y esto enardecía las disputas entre la audiencia. Pero luego se calmaban y la paz volvía a reinar entre ellos. Tanto los nosos como los rugidores comparten una gran pasión por el buen vino, que a menudo desembocaban en altercados y Poster y Mómoc no eran la excepción a esta norma.
De cualquier manera, nada de eso conseguía apartar lo mucho que disfrutaban haciendo música. El público, de la índole que fuera, lo comprendía y también lo compartía. Pero no importaba cuantas veces hubieran tocado juntos, ni cuantas veces el público se hubiese enamorado de ellos, esa noche tendrían razones para estar nerviosos porque se presentarían ante el hombre más poderoso de Noruega: el heladero Chip.
Habían preparado un concierto especial que incluía “La canción del heladero”. Sabían que todos estarían pendientes de ello y también sabían que el heladero Chip no se conformaría con una simple presentación. Tendrían que estar magistrales para que la aprobación de Chip fuese tal, que tuviese que regalarle helados a todos los asistentes al concierto. Solo así conseguirían romper las barreras de sus propios logros y conseguirse un lugar en “El círculo vitamínico e los recordados”. Con sus nombres reemplazarían denominativos como el de la vitamina “E” o la “G”, y eso era groso.

Las manos de Poster temblaban un poco
- Los nervios son buenos, a veces.- Dijo, y descorchó una botella de vino azul.
- ¡El vino es bueno! – Respondió casi de inmediato Mómoc el Rugidor.
- Solo faltan diez minutos para salir a escena ¿No estás nervioso? –
El rugidor eructó, pero se lograba ver, a través de su decisión, que un poco sentía esa sensación de ansiedad propia del momento que precede al espectáculo.
- Cuando esto haya terminado… - dijo el soberano de los nosos - …Me compraré un sombrero nuevo, con estampas de colores y ala no tan ancha. Y si es posible, que tenga una pluma.-
- Yo pediré que se me traiga una doble ración de guiso de lentejas.- Agregó el rugidor, el Rey de los Nosos asintió en silencio.
-Con puré.- Agregó después Mómoc. El rey Poster cambió su expresión por una mueca de repugnancia.
El presentador se acercó y les comunicó que eran los próximos.
Poster y Mómoc se miraron, uno sonrió primero, el otro sonrió después. Se pusieron sus sacos de piel de murciélago y caminaron hacia el escenario. El público comenzó a preparar una ovación.

martes, 21 de septiembre de 2010

Los Cíclopes.

Los Cíclopes.

Cinco cíclopes peleaban por una ceja, es que se venía el verano y todos querían evitar que el sol les estropease su único ojo. Como habían perdido su ceja en el incidente de las tostadas y la cucharita de plástico, habían pedido una ceja de repuesto para cada uno, pero al revisar la caja encontraron que solo les habían enviado una.
Ahora pelean por la única ceja del paquete. Uno de ellos, el que tiene un garrote de roble, se pone de pie y pronuncia la oración sagrada del bambú: “Ghar, khar, Raghagáraga Kur dur ramelgor dar ghack Kha dargoh.” Y acto seguido golpea el suelo con su garrote. Dos de ellos se asustan y abdican a su derecho a ceja. Otro hace una breve pero concisa disertación en la que explica el por qué de la negativa a hacerle caso. El restante solo responde negativamente y se saca un moco.
El intelectual pone sus manos en forma de arco y se tambalea en busca del sublime punto de la aceptación espiritual, su aura se hace una con el latir de los corazones de los otros cíclopes. Los dos que habían abdicado celebran “No solo es inteligente, si no que también es plásticamente sabio, merece la ceja”. El más grande de ellos, quien recitase la sagrada oración a punta de garrote, se indigna y se muerde los vellos de su axila.
El restante, que se había sacado un moco, toma la ceja y la guarda entre sus glúteos. Los demás se quedan atónitos con la boca abierta. Luego lo increpan y entre los cuatro le llenan los pies de manteca y se retiran. Pasa ocho días resbalando en el mismo lugar sin poder ponerse de pie.
Los otros cuatro se ponen lentes de sol y juegan al dominó hasta el invierno.