miércoles, 1 de diciembre de 2010

La lluvia y el hombre de los mil rostros.

Llueve, siempre llueve cuando te necesito mucho, desesperadamente. Como piedad del destino acude a mis emociones para calmar el espíritu que las provoca. Yo cierro los ojos, la siento caer, cada gota de agua sobre el suelo canta una historia de amor. Se suceden las historias, de aquí y de allá, historias de gente afligida, que no sabe como llorar. Historias de gentes dichosas, que no pueden parar de sentir. Algunas en Sol mayor, otras en Si menor. Caen de a una y de vez en cuando dos o tres a la vez.
Entre los sonidos de las notas puedo escuchar un chelo, que llama mi atención sobre cada historia y me lleva de una a otra, como un espectador encantado. Yo me dejo llevar y escucho todo lo que puedo, siento como si la vida misma de millones de seres, cayese con cada gota. La pura esencia de cada persona, animal, vegetal y hasta algunos minerales. Para la lluvia somos todos iguales, así es ella: maravillosamente justa.
Cuando me doy cuenta estoy bajo la lluvia, empapado. Tengo un poco de frío, pero es solo mi propia soledad, mi propia amargura que aflora ante cada gota que lava la absurda humanidad con la cual nos empecinamos en cubrirnos. Entonces veo mi rostro reflejado en un charco, pero no me reconozco, pienso que ese no puede ser mi rostro. Cuando la lluvia me susurra: “Acostúmbrate, porque eres el hombre de los mil rostros.”

Paco Bracaia
29-10-2010

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