martes, 14 de diciembre de 2010

FIEBRE

Los ojos se abren y la luz los enceguece, cerrarlos ya trae consigo cierta sensación de malestar. Las manos pesadas parecen estar muy lejos de los hombros. Dormir y no dormir, son prácticamente la misma cosa. El tiempo queda embotado en una tortuosa sucesión de padecimientos. Al abrigo no consigue hacer desaparecer el frío, la espalda empapada de sudor hace pensar que, tal vez, se esté apoderando de nosotros un calor que no podemos sentir. Buscamos la forma de no estar allí, nos resistimos a la fiebre.
El cuerpo se siente extraño, ajeno. Es que está haciendo un gran esfuerzo por combatir algo que no debería estar ahí. A veces tenemos que padecer para ayudar. Entregarnos a la aflicción, para dejarla pasar. Que cumpla con su función y deje en condiciones el cuerpo que está protegiendo. Las manos sienten un hormigueo, tal vez sigan aún pegadas a los brazos.
Se siente como si el sol se estuviese filtrando desde cada una de nuestras células, duele, pero es una limpieza, una purificación desde adentro hacia fuera.

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