jueves, 30 de diciembre de 2010

Los Recuerdos

Los recuerdos acuden como una cascada caen sobre el arrollo. Se agolpan y se esparcen, durante un breve período son turbios y están entremezclados, como cubiertos por una capa translúcida que los difumina pero sin obstruirlos del todo. De a poco se van alejando el uno del otro, se van enfocando y cada uno adquiere la individualidad necesaria para dejarse flotar entre momentos y sensaciones.
El arroyo se cierne en calma, avanza suavemente empujado por las historias que se van entretejiendo, deslizandose unas sobre otras con una paz que, sin prometerlo, augura quedarse para siempre; acuñando cada relato haciéndolo resplandecer como si estuviera ocurriendo ahora mismo.
Y así sería, si no fuese porque más adelante, se encuentra despedazando el silencio a rudas voces estruendosas, una nueva cascada; que junta lo viejo con lo naciente y mezcla otra vez las sensaciones, dejando navegar a la experiencia a través de peñascos de amarguras y brisas frescas de ilusión.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

"The Blind Man"

There is a blind man that even though he lost his sight has kept looking at the stars. Every sunset he sits in the square and waits for the first star to appear in the dark sky, then, he waits a little bit longer until the rest of the stars take their places in the firmament.
- I cannot see them, you know - he says while a smile starts to draw across his face. - But I can feel they are out there; and in their reflection I can feel the rest of the world... -
As he stops speaking, sadness takes control of his expression, his lower lip trembles and a couple of tears roll down his cheek.
The blind man feels the stars and in their reflections he feels everything that he has lost, things so deep, so important, they make the loss of his eyes seem secondary.
He knows that staying close to the things he loves will make him hold on until he can get them back once again.
- Feelings make us believe. - he says.
- But sometimes even they can deceive us. We need both feelings and the will to believe in their truth ... or not. -

(The Yellow Book)

lunes, 27 de diciembre de 2010

El Mundo Mágico de las Serpientes

En el mundo mágico de las serpientes hay trompetistas, escritores y personas que miran a las estrellas. Y también serpientes. Las personas que miran a las estrellas, a su vez, se dividen entre científicos y poetas.
Los científicos tratan de explicarse y explicarles a todos, como se mueven y por qué están ahí esas estrellas, que significan sus colores y cuáles no estarán en el cielo mañana.
Los poetas no están de acuerdo con los científicos y dan sus propias interpretaciones, que la mayoría de las veces consiguen hacer que los científicos se arranquen sus propios cabellos con las manos. Razón por la cual hay tantos científicos pelados y siempre están despeinados.
Los poetas usan a las estrellas para crear hermosas historias y así enamorar a las mujeres bonitas y a las que no son bonitas también. (Es sabido que para los poetas no existe mujer que no sea bonita).
Pero a veces, de tanto mirarlos, los poetas se enamoran de las estrellas y no pueden dejar de mirarlas ni de recitarles poemas. Por supuesto, a los científicos esto les parece una tontería y una ridiculez.
En lo único en que se ponen de acuerdo los poetas y los científicos es cuando escuchan la música de los trompetistas.
Cuando se sientan a escuchar los tonos que fluyen en el viento, es como si hablasen el mismo idioma, y comentan los pasajes de los trompetistas, aplaudiéndolos cuando ejecutan una pieza que les agrade y retirándose a sus asuntos cuando las melodías no los satisfacen.
Los trompetistas componen canciones para entretener a poetas y científicos, pero más que nada, para enamorar a las mujeres. Alguna que otra vez los trompetistas tocan melodías tan hermosas que la luna se enamora de un trompetista y los poetas se enojan y los persiguen. Si el trompetista es hábil puede seguir tocando mientras escapa, si no, tiene que elegir entre dejar de tocar y correr, o seguir tocando y sufrir la cólera de los poetas.
Todos ellos, científicos, poetas y trompetistas necesitan de los escritores para poder anotar sus descubrimientos, poesías y composiciones. De otra manera nadie recodaría los versos, los movimientos ni los nombres de las estrellas.
Por eso los escritores van siempre corriendo detrás de los más hábiles poetas, científicos y trompetistas. Los poetas y los científicos creen que todos los trompetistas son buenos, pero los escritores y los trompetistas saben que eso no es cierto.
Los escritores necesitan llevar un gran bolso que cuelga de sus hombros para cargar todos los lápices, papeles y lapiceras que necesitan. Porque no se puede escribir con la misma lapicera las melodías de los trompetistas, los descubrimientos de los científicos y los poemas de los poetas. Ni tampoco llevan las mismas tintas un poema de alegría que uno de nostalgia. Ni el bosquejo de una constelación, con el nombre de un cometa.
Como tampoco pueden ser del mismo color una canción que habla del miedo que otra que habla de belleza. Por eso los escritores llevan muchos lápices y lapiceras y muchas hojas de papel.
Todas les son útiles, pues las necesitan y les hacen bien.

(The Yellow Book)

viernes, 24 de diciembre de 2010

Poema 32

Espejo de mis ojos,
canta conmigo una canción
llena este momento de emociones
para que viva en los recuerdos de la piel
y siempre te lleve conmigo.
Llévate de hoy lo que quieras,
nada de mi puedo negarte,
nada hay en mi que te olvide
o no quiera acompañarte.
Vive en mis ojos, si es tu deseo
pero vuela alto besando el cielo
que el sol te hace más brillante
y es tu calor mi sosiego.
Encuéntrame un día al menos,
entre la espuma y el suelo
que en mi viven mil recuerdos,
cambio todos por uno nuevo.
Acércate a la orilla misma,
Canta por mi una canción,
en mis ojos falta un velo
no es mi hogar mi corazón.

jueves, 23 de diciembre de 2010

El círculo relativista del oso

Dentro de la naturaleza el oso es uno de los animales, si se quiere, más relativistas de los que tenga conocimiento el ser humano. El oso es, por ejemplo, relativamente fuerte; adorable si quiere bajar un panal de abejas o terrorífico si está defendiendo su territorio. Lo cierto es que el oso puede ser marrón, gris o negro, también los hay blancos y cobrizos… Ahí lo ve, todo un símbolo del relativismo.
El oso entrando a un campamento con saliva chorreándole de la boca y las garras afiladas dispuestas: es una amenaza. Pero si cierra la boca, se sube a una tortuga y levanta un mono que se puso un tucán de sombrero: es un tótem. Y eso, mi amigo, si no es relativismo, entonces mejor que nos tapemos los oídos con roquefort, porque va a empezar a caer mierda de todos lados.

viernes, 17 de diciembre de 2010

HISTORIAS DE PUERTO

Dos estibadores descansaban bajo un farol del puerto. Uno de ellos disfrutaba un cigarro armado con tabaco nicaragüense, el otro permanecía impávido con la vista en el oscuro horizonte, más allá del río. El que fumaba el cigarro ya se había equivocado dos veces tratando de abrocharse los botones de su chaqueta, mantenía la mirada baja y trataba de hacer la menor cantidad de movimientos posibles en esta tercera maniobra. Tal vez su compañero no se percatase de sus intentos anteriores. Para tantearlo, arrojó la siguiente pregunta:
-¿Tendremos que subir pronto al barco?- Dijo sin quitarle un ojo de encima. Pero el otro siguió mirando al frente, los ojos entrecerrados atajaban el viento.
-Porque… este descanso no está nada mal, después de la cantidad de cajas que acomodamos arriba.- Retomó luego de comprobar que el otro no le respondía. Entonces agregó:
-¡Y mañana lo que nos espera! Llevan el doble hasta Bélgica.-
El otro estibador, que se encontraba aún contemplando el panorama nocturno, rompió el silencio por primera vez desde que bajasen del barco.
-El futuro es incierto. El presente es eternidad.-
El primero dio una larga pitada a su cigarro y se dio vuelta para observar el oscuro horizonte, su chaqueta seguía desabrochada. Ambos miraban hacia el mismo lugar, en silencio.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Declamaciones del número 17, en 1º persona

Soy el mismísimo número diecisiete, de todos los números que hay, ese
es el mío. Esa es mi esencia misma, pues eso mismo, es lo que soy
un número, el diecisiete. Las más diversas incongruencias del mundo
no tienen forma de aplicarse a mi, porque se perfectamente que soy y
quien soy. Un número, el diecisiete. Mucho más sencillo de lo que
podría imaginar, de lo que puede calcularse, porque no hay nada que
calcular. Dos dígitos, el uno y el siete, diecisiete puestos desde el
cero, ochenta y tres antes del cien. Soy tan mágico como tangible,
soy la lógica misma, el absurdo total. El mundo incomprensible de la
perfección, ¡ja! el humano nunca la encuentra, porque no le sirve,
no la busca, no le interesa, es más, es completamente incapáz de verla.
Para la humanidad, la perfección es una utopía que no tiene más valor
que ese, y el ser humano es desastrozo para crear utopías. La
perfección es simple, no tiene nada que explicar, ni mucho menos que
ocultar. El mundo está magníficamente orquestado y dirigido por aquella
maravillosa ciencia: Las matemáticas. Allí la perfección es parte de
ese mundo, de esa ciencia. A algunos humanos les encanta estudiarla y
comprenderla, pero pocos llegan a ahondar enteramente en la naturaleza
más pura, más sencilla, más perfecta. Eso para los números, es muy simple,
no tenemos más que ser y seguir siendo.

martes, 14 de diciembre de 2010

FIEBRE

Los ojos se abren y la luz los enceguece, cerrarlos ya trae consigo cierta sensación de malestar. Las manos pesadas parecen estar muy lejos de los hombros. Dormir y no dormir, son prácticamente la misma cosa. El tiempo queda embotado en una tortuosa sucesión de padecimientos. Al abrigo no consigue hacer desaparecer el frío, la espalda empapada de sudor hace pensar que, tal vez, se esté apoderando de nosotros un calor que no podemos sentir. Buscamos la forma de no estar allí, nos resistimos a la fiebre.
El cuerpo se siente extraño, ajeno. Es que está haciendo un gran esfuerzo por combatir algo que no debería estar ahí. A veces tenemos que padecer para ayudar. Entregarnos a la aflicción, para dejarla pasar. Que cumpla con su función y deje en condiciones el cuerpo que está protegiendo. Las manos sienten un hormigueo, tal vez sigan aún pegadas a los brazos.
Se siente como si el sol se estuviese filtrando desde cada una de nuestras células, duele, pero es una limpieza, una purificación desde adentro hacia fuera.

domingo, 12 de diciembre de 2010

MUJER ATRAPADA EN LA NIEVE

En el centro del bosque, vivía una mujer cuyo corazón con solo palpitar, encendía la alegría en aquellos lo suficientemente afortunados para acercarse a ella. Sus manos eran hábiles para cocinar, pero no tanto como lo eran sus piernas para bailar. En sus ojos brillaba un conocimiento más antiguo que ella misma y más profundo que el entendimiento mismo. Su sonrisa era la prueba irrefutable de que la belleza existía y era conmovedora. Tan fuerte como un puño cerrado, tan filosa como una espada.
Ella vivía en el centro del bosque, sus visitantes debían cruzar un largo y complicado camino para alcanzar su morada, pero lo hacían de todas formas, tal era valor de su compañía. También le gustaba deambular por el bosque, descubrir cosas nuevas en los sitios más antiguos de la zona, sitios que a veces escondían sus secretos y otras los mostraban.
Pero en el invierno, cuando llegaba el verdadero azote del frío, la nieve cubría el bosque por completo. Era una proeza insólita el alcanzar su cabaña y ella ni siquiera podía abrir la puerta. Durante varios meses pocos seres entraban o salían del bosque. Menos aún eran los que llegaban hasta su casa y ninguno que hiciera contacto con ella.
Durante este período la mujer se sentía, de a momentos, triste. Porque anhelaba el exterior y disfrutaba de recibir a sus visitas. Cuando caía la nieve ella lloraba y se reía al mismo tiempo. Lloraba porque la nieve la atraparía en los confines de su propia cabaña, pero reía, porque también amaba a la nieve. Esta era parte de su espacio, y era bellísima, suave, tenue, sobrecogedora. La mujer se preparaba para afrontar el tiempo que debía pasar bajo el cobijo helado de su única visitante invernal.
Dentro de su casa, atrapada físicamente, ella tejía un tapiz para abrigarse, pero también para mantener sus dedos ágiles. Subía y bajaba permanentemente las dos escaleras que tenía la casa, para no perder la fuerza en sus piernas. Y para que su mente no se sintiera encerrada, creaba canciones que dedicaba a cada una de las cosas que extrañaba y también a cada una de las cosas que solo tenía durante el período de nevada.
Su voz se hacía un eco interminable en la casa, en el suelo, en el aire mismo que rodeaba la cabaña. A medida que transcurría el invierno su voz se tornaba más dulce, cantando las emociones que su corazón no podía transmitir de otra manera. El dolor de la soledad, se mezclaba con la alegría de una compañía latente que siempre estaba junto a ella.
La mujer atrapada en la nieve padecía su hermosa prisión, pero había aprendido a amarla y a respetarla de la forma más digna que ella concebía. Su canto llevaba sus emociones a través del bosque y la nieve al escucharlo iba tomando forma, iba cobrando vida. Antes del deshielo, la puerta de su cabaña quedaba liberada y ella podía salir a su campo congelado, en donde la nieve había creado un jardín de estatuas con cada una de sus emociones. Ella lo contemplaba, lloraba y se reía.

(A Tania, cuyo calor abriga sin destruir)

lunes, 6 de diciembre de 2010

El caso de Benicio Fuentes

Permítanme contarles el caso de Benicio Fuentes.
Benicio era un muchacho joven con una irónica particularidad: carecía por completo de alguna seña particular. Es decir, no era bajo, pero tampoco era alto. No usaba el cabello corto, pero no podía decirse que lo usara largo. No usaba lentes ni tenía cicatrices. No llevaba lo que se dice barba, pero tampoco parecía recién afeitado. Sus ojos eran oscuros y sin brillo, pero no eran del todo inexpresivos. Al hablar no era aburrido, pero no llegaba en ningún momento a ser cautivante. En fin, Benicio era casi un misterio, uno nunca sabía lo que pasaba por su cabeza, pero tampoco se preocupaba por averiguarlo. Y así transcurrían sus días, pasando de un anonimato a otro, sin lograr dejar en nadie un recuerdo vívido.
Imagínense mi sorpresa el día que lo vi por la calle y lo noté diferente. Estaba yo parado en la vereda de enfrente, así que aproveché el que no me hubiese visto, para observarlo y ver si notaba que era lo que me resultaba extraño en él.
Lo seguí con la mirada hasta que llegó a mitad de cuadra. Entonces comencé a sentirme mal, apenado y no me quedó más remedio que apurarme para alcanzarlo.
-¡Benicio!- lo llamé de un grito cuando me di cuenta de que iba a tener que correr para alcanzarlo. Se detuvo.
-¿Qué haces, Mariano, tanto tiempo. Cómo andas?- Me saludó con un abrazo y allí caí en la cuenta de que no había podido descubrir que era lo que hacía que Benicio se viera tan distinto.
-Todo bien, yendo a trabajar, ¿Vos seguís por esta calle?- Tardé en responder
-Si, vamos si querés.- Respondió él bastante rápido.
Caminamos durante un par de minutos que parecieron horas. A cada paso que daba me sentía más cansado. Después de dos cuadras me empezó a doler la cabeza, así que le sugerí a Benicio que nos sentásemos en el café que había en esa esquina. Eso hicimos.
Me desabroché el segundo botón de la camisa y me disculpé para ir al baño. Luego de mojarme la cabeza me sentí mejor y regresé a la mesa.
-Sabes que me debe haber bajado la presión o algo por el estilo.- Comenté.
-Dos cafés.- Dijo Benicio dirigiéndose al mozo que justo pasaba por al lado mío. Yo asentí con la cabeza y puse mis manos sobre mis sienes.
-Ahora me voy a tener que pasar todo el día tomando pastillas.- Protesté mientras me sentaba. Benicio no dijo nada.
Después de sentarme, ya más tranquilo, se me ocurrió preguntarle como andaba.
-Y… no estoy bien.- Dijo él con sequedad.-Estoy triste por una mujer que se ha ido.-
Me quedé perplejo, a tal punto que me mantuve con la boca abierta el tiempo suficiente para que él se cansara de esperar mi respuesta.
-Era una mujer muy especial ¿Sabés?.- Continuó –Hacía que la vida fuese mucho más linda, todo el tiempo.-
Yo quería decirle algo, pero no sabía que. “¡Ahí está!” Pensé. Eso era lo extraño, Benicio estaba triste y lo expresaba todo el tiempo, con todo su ser. Supongo que antes no me había dado cuenta, preocupado por mi propio dolor de cabeza, pero ahora que lo pensaba tenía sentido. Su forma de caminar, cansina y pausada pero con pasos bien largos, como si en el fondo quisiese escapar de un mal momento pero no le alcanzasen las fuerzas. Sus silencios, hasta su forma de mirar y como entrelazaba sus dedos en una actitud de reposo. Todo era tristeza.
-Hay un árbol en el que ella solía sentarse, ahora ese árbol no florece.- Reanudó lo que parecía una especie de relato, no me prestaba atención ni me miraba. Era como si hubiese estado hablando para si mismo.
-También cantaba una canción muy bonita, que ahora cuando la escucho, suena como un lamento desgarrador.- Balbuceé unas sílabas inconexas y guardé silencio. Él prosiguió.
-A veces comíamos naranjas juntos. Pero ahora las naranjas no resultan ni siquiera agrias, más bien astringentes. Su risa… como extraño su risa.- Hizo una pausa.
-Es como si toda el agua del mundo no pudiese calmar mis ganas de estar con ella.-
En ese punto casi lo interrumpí por causa de unas fuertes nauseas que comencé a tener. Me sentí un pésimo amigo por no poder asistir como hubiera querido a la situación que me exponía Benicio. Me habría encantado darle alguna palabra de aliento, pero en ese momento en lo único que podía pensar era en lo mucho que me dolía el estómago, la cabeza y en el mareo que tenía.
-Disculpame, Benicio, me voy a ir para casa porque me siento muy mal.- No esperé su respuesta y me levanté, agarré mi abrigo y salí a buscar un taxi. Llegué a escuchar mientras salía, que Benicio seguía hablando solo.
-La angustia es tan grande y tan poderosa…-
Lamenté una vez más no haber podido ayudar a mi amigo.
Llegué a casa y me acosté, avisé que no iría a trabajar y me preparé un té. Llamé al doctor de urgencia y lo esperé acostado. Tardó dos horas en venir. Tiempo durante el cual padecí, a demás de mi malestar físico, el aburrido empate a cero entre Platense y Ferro. Cuando el médico llegó se lo dije.
-Más de dos horas llevo esperando…-
-Si, ya lo se pero ¿Qué quiere que haga yo?¿Ha visto todos los casos que hubo hoy?- Lo miré confundido.
-Usted tiene ese virus que le provoca nauseas y mareos ¿No?.-
-Si…- Respondí tímidamente.
-¿Y no escuchó nada?- El doctor me miró y se acercó al aparato de televisión. Puso un noticiero.
-Todo la mañana llevan hablando de eso, parece que es un virus que se debe haber pasado por el agua, pero no encontraron nada todavía.- El doctor continuó.
-Los de Aguas Provinciales dicen que en el agua no hay nada malo pero ¿Qué van a decir? Con todos los casos que hubo, todos en la misma zona, no se van a poder zafar.-
Volví a quedar perplejo. El noticiero decía que en el día se habían reportado no menos de diez mil casos y mostraban imágenes de la zona de alcance. En esas imágenes pude reconocer perfectamente mi barrio, el bar en el que me había sentado con Benicio, el almacén donde él trabajaba y el edificio en el que él vivía. Todos los otros lugares estaban entre medio de los anteriores. Y entonces lo recordé.
-La angustia es tan grande… y tan poderosa.-

Primavera, 2008

domingo, 5 de diciembre de 2010

“Entre dos o más caminos, siempre”

A veces nos preocupamos por alcanzar las metas que nos proponemos, de una sola manera. A veces, cuando tomamos un camino, nos cuesta detenernos a pensar si ese camino es realmente el que creemos correcto. Como lo elegimos en un momento y creímos que lo era, no lo cuestionamos; preferible que nos azoten, antes que reconocer una equivocación. Pero nos preocupamos y nos angustiamos, por la elección.
A veces uno cambia, a veces los caminos cambian y es necesario tomar uno nuevo para llegar a la misma meta que nos propusimos en un principio. Y esto nos preocupa y nos angustiamos. Pero ese principio: ¿Dónde está realmente? ¿Cuándo elegimos el camino? Creo que a ese camino lo elegimos hace mucho, incluso antes de nacer alguien ya lo eligió por nosotros. Creo que lo elegimos cada día. Incluso cuando creemos que no lo elegimos, también a eso lo estamos eligiendo. Detenerse, observar y reanudar la marcha. Allí está la fuerza de la decisión. Si nosotros mismos no nos cuestionamos, entonces es muy fácil elegir. Hay que tener dudas, para elegir con seguridad.
Encuentro sumamente estimulante el estar entre dos o más caminos, Significa que hay varias opciones. Que aunque haya incertidumbres, tus elecciones cuentan, pesan, sirven. Significa que te estás moviendo a vos mismo. Significa que tu camino es único y que estás muy vivo. Porque al que cree que tiene un solo camino, siempre le queda ese otro. El único que en algún momento, es el camino que le espera a todos. El que todos siguen aunque no quieran elegirlo.

(dedicado al Mom, que me ayudó a darme cuenta de lo importante que es elegir)

Paco Bracaia
03-12-2010

viernes, 3 de diciembre de 2010

Mariano y su rectángulo.

Mariano tenía un rectángulo y se sentía el rey del mundo. Nadie lo entendía, nadie lo envidiaba. El sostenía su rectángulo, lo sacaba a pasear, le cantaba canciones y lo llevaba a navegar. El rectángulo era su amigo y se lo entregaba todo. El rectángulo lo cuidaba y mantenía la integridad de su alma inmortal. Le cantaba más seguido la canción del manzanal.
Mariano miraba por la ventana y pensaba en las estrellas… Se preguntaba si la distribución del cosmos habría sido obra de un ingeniero o de un poeta. Compró un banquito especial para que el rectángulo, su amigo, no tuviese que estirar el cuello cuando se sentaba en la mesa. Su comida favorita eran los espárragos, su pasión el violoncello. Su peinado era un desastre, su pecado: la soberbia. Cincuenta estrellas contó Mariano, el firmamento de noche le cautivaba. Para él, el mundo era un puñal frío, que entra y sale de las tripas de los humanos sin dejar cicatrices, pero abandonando su temperatura en el interior de sus víctimas.
El rectángulo lo cuidaba, se preocupaba por él. Sufría con su dolor y gozaba con su dicha. Él lo sostenía y lo sacaba a pasear. Nadie lo entendía, nadie lo envidiaba.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Going on

(to Sasha)

Going on, like actually travelling,
she moves through shadows and distance.
She wakes up and causes everyone around her
to open up their eyes a little bit more.
She draws a world that still doesn’t exist,
she makes it come to life by dancing inside the ring.
I’ve seen her mad, complaining, struggling…
…and I wish I never have to argue with her.
I’ve seen her dancing and, luckily, smiling.
I trust her smile, for it is the fairest expression
I’ve ever seen on her face.
But I’ve seen her dancing.
And I saw her going on…
I saw her travelling to future, to life…
I saw her dancing and I danced with a smile.


Paco Bracaia
01-01-2010

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La lluvia y el hombre de los mil rostros.

Llueve, siempre llueve cuando te necesito mucho, desesperadamente. Como piedad del destino acude a mis emociones para calmar el espíritu que las provoca. Yo cierro los ojos, la siento caer, cada gota de agua sobre el suelo canta una historia de amor. Se suceden las historias, de aquí y de allá, historias de gente afligida, que no sabe como llorar. Historias de gentes dichosas, que no pueden parar de sentir. Algunas en Sol mayor, otras en Si menor. Caen de a una y de vez en cuando dos o tres a la vez.
Entre los sonidos de las notas puedo escuchar un chelo, que llama mi atención sobre cada historia y me lleva de una a otra, como un espectador encantado. Yo me dejo llevar y escucho todo lo que puedo, siento como si la vida misma de millones de seres, cayese con cada gota. La pura esencia de cada persona, animal, vegetal y hasta algunos minerales. Para la lluvia somos todos iguales, así es ella: maravillosamente justa.
Cuando me doy cuenta estoy bajo la lluvia, empapado. Tengo un poco de frío, pero es solo mi propia soledad, mi propia amargura que aflora ante cada gota que lava la absurda humanidad con la cual nos empecinamos en cubrirnos. Entonces veo mi rostro reflejado en un charco, pero no me reconozco, pienso que ese no puede ser mi rostro. Cuando la lluvia me susurra: “Acostúmbrate, porque eres el hombre de los mil rostros.”

Paco Bracaia
29-10-2010