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martes, 14 de febrero de 2012

TRISTE ENCANTO

Allí, donde sus manos no podían alcanzar, donde el recuerdo se escondía inaccesible a las emociones, allí donde están todas las penas que no pudieron ahogarse; en ese lugar esperaba la Luna. Tierna, con su velo de humedad cubriendo un rostro de angustia ensombrecido, expectante. Nunca pensamos, cuando miramos a la luna, que ella nos mira también a nosotros, que se emociona con nuestra visión, que nos admira, que a veces se enoja cuando brillamos más que ella, cuando piensa que no nos importa. La Luna y su cruel condena, atadas la una a la otra, embelleciéndose mutuamente, torturándose, contando una verdad tras otra, que ayuden a construir una nostalgia doble, amar por anhelar. Allí donde las manos no alcanzan a las emociones, donde una mirada debe decir lo que dicen mil palabras, la Luna espera en silencio, lloran sangre las grietas de su corazón roto, que late y hace vibrar sus labios partidos, porque entre sus dientes aprieta las lagrimas que desearía no llorar. Siente lo que siente al vernos aquí tan lejos, tan indiferentes, tan callados, tan fuera de su alcance. Y nosotros la observamos, brillando, a veces un poco, a veces como el fuego. Siempre nos ofrece su brillo, su humilde y nocturna iluminación, y nosotros que la vemos sufrimos, triste encanto, porque no podemos comprenderla.

viernes, 3 de febrero de 2012

Del bosque

El bosque tiene una identidad, bajo las copas de los árboles se siente otra humedad, otro clima, los sonidos se escuchan de otra manera e inclusive, el bosque tiene su propia voz, su propia forma de hacer sonar el viento.
No se lo llega a distinguir porque lo hace muy lentamente, pero el bosque se mueve, los árboles no solo se mecen, si no que se trasladan, razón por la cual hasta el más conocedor puede llegar a perderse en la espesura del bosque.
El suelo del bosque es lo que el mismo necesita, a veces cubrir las raíces de sus árboles con hojas y ramas, otras dejarlas a la intemperie del cielo y sus copas, para que beban el agua y sientan el aire. El bosque se llena de musgo si es que así lo desea y solo dejará habitar entre sus árboles a los animales que él decida. Así y todo la energía del bosque puede ser rápidamente desecha, no porque sea de diferente naturaleza que la del hombre, de hecho provienen del mismo lugar, de la misma luz. Si no porque el bosque tiene una nobleza, una compasión y un honor, que el hombre no se preocupa en cultivar. De esa manera el bosque sucumbe ante las atroces faltas y desconsideraciones del hombre y muere con orgullo habiendo sido fiel a su naturaleza, durante el transcurso de toda su vida. Que es mucho más de lo que pueden decir la mayoría de los hombres.

miércoles, 6 de julio de 2011

LOS HABITANTES DEL ABISMO SUBLIMINAL

No eran pocos los que husmeaban, sus cuerpos torpes y andrajosos cubrían la superficie de la calle casi por completo. Andaban sin ningún cuidado, los adoquines al descubierto hacían que algunos tropezasen como si ni siquiera estuviesen mirando el suelo, pero todos ellos revisaban meticulosamente cada rincón, cada hueco en las paredes, cada montículo de tierra.
Una mujer ataviada con una pollera lila encontró un pañuelo limpio, algunos se acercaron y la rodearon para mirar, pero nadie dijo nada. Un joven movía en el aire un pincel que llevaba tiempo estando seco, con pintura verde impregnada, el color le había atraído, lo olfateó y lo arrojó con desdén. Ellos dos eran los individuos más sobresalientes del grueso grupo que deambulaba taciturno por esa callejuela olvidada. Los demás, miraban casi siempre hacia abajo y de tanto en tanto, escupían de costado. El mundo más allá de los extensos piletones de tierra que servían de límite a aquella calle, era algo que ellos desconocían, así como ciertos placeres inherentes al aseo personal.
Uno de ellos, un hombre con sombrero y las piernas muy sucias, como si se hubiese internado en un profundo cenagal, hacía una forma extraña con sus brazos y manos. A él nadie le prestaba la más mínima atención, aunque parecía estar muy concentrado en lo que hacía. En cambio, la mujer con pollera lila y de aspecto menos andrajosa que la mayoría, era seguida con asiduidad por otros habitantes del abismo subliminal en el que todos ellos habían sido depositados. Ellos tenían algunas cosas en común, nadie recordaba o parecía recordar cómo había llegado allí, nadie hablaba o sentía la necesidad de hacerlo. Pero ella tenía la capacidad de encontrar comida y eso la hacía especial entre todos los demás. Por eso siempre la seguían y la vigilaban. Nadie recordaba cómo habían sido depositados allí, o nadie parecía hacerlo, porque también había un hombre viejo, al que pocos prestaban atención, que miraba siempre al horizonte, ese que todos ignoraban y se preguntaba en voz alta por qué, dónde, cuándo.

sábado, 25 de junio de 2011

CONCEPTO DE SILENCIO

Era casi un silencio, casi, porque el ruido de la pava sobre la hornalla lo quebraba. Antes de que el agua comenzase a hervir, podía oírse el gas, manando de los pequeños orificios del anafe. Antes de que eso ocurriese podía escucharse el viento entre las hojas de los árboles, silbando inclemente sobre los jacarandaes. Y antes que eso, las ramas de los mismos meciéndose de un lado a otro… entonces… ¿Dónde estaba el silencio que yo sentí interrumpirse al hervir el agua? Pues estaba sencillamente en mi mente. Que el silencio no es ausencia de sonidos, si no una sumatoria de pequeños silencios ganados en internas batallas, contra nuestras propias ansiedades.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

"The Blind Man"

There is a blind man that even though he lost his sight has kept looking at the stars. Every sunset he sits in the square and waits for the first star to appear in the dark sky, then, he waits a little bit longer until the rest of the stars take their places in the firmament.
- I cannot see them, you know - he says while a smile starts to draw across his face. - But I can feel they are out there; and in their reflection I can feel the rest of the world... -
As he stops speaking, sadness takes control of his expression, his lower lip trembles and a couple of tears roll down his cheek.
The blind man feels the stars and in their reflections he feels everything that he has lost, things so deep, so important, they make the loss of his eyes seem secondary.
He knows that staying close to the things he loves will make him hold on until he can get them back once again.
- Feelings make us believe. - he says.
- But sometimes even they can deceive us. We need both feelings and the will to believe in their truth ... or not. -

(The Yellow Book)

jueves, 23 de diciembre de 2010

El círculo relativista del oso

Dentro de la naturaleza el oso es uno de los animales, si se quiere, más relativistas de los que tenga conocimiento el ser humano. El oso es, por ejemplo, relativamente fuerte; adorable si quiere bajar un panal de abejas o terrorífico si está defendiendo su territorio. Lo cierto es que el oso puede ser marrón, gris o negro, también los hay blancos y cobrizos… Ahí lo ve, todo un símbolo del relativismo.
El oso entrando a un campamento con saliva chorreándole de la boca y las garras afiladas dispuestas: es una amenaza. Pero si cierra la boca, se sube a una tortuga y levanta un mono que se puso un tucán de sombrero: es un tótem. Y eso, mi amigo, si no es relativismo, entonces mejor que nos tapemos los oídos con roquefort, porque va a empezar a caer mierda de todos lados.

martes, 14 de diciembre de 2010

FIEBRE

Los ojos se abren y la luz los enceguece, cerrarlos ya trae consigo cierta sensación de malestar. Las manos pesadas parecen estar muy lejos de los hombros. Dormir y no dormir, son prácticamente la misma cosa. El tiempo queda embotado en una tortuosa sucesión de padecimientos. Al abrigo no consigue hacer desaparecer el frío, la espalda empapada de sudor hace pensar que, tal vez, se esté apoderando de nosotros un calor que no podemos sentir. Buscamos la forma de no estar allí, nos resistimos a la fiebre.
El cuerpo se siente extraño, ajeno. Es que está haciendo un gran esfuerzo por combatir algo que no debería estar ahí. A veces tenemos que padecer para ayudar. Entregarnos a la aflicción, para dejarla pasar. Que cumpla con su función y deje en condiciones el cuerpo que está protegiendo. Las manos sienten un hormigueo, tal vez sigan aún pegadas a los brazos.
Se siente como si el sol se estuviese filtrando desde cada una de nuestras células, duele, pero es una limpieza, una purificación desde adentro hacia fuera.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La lluvia y el hombre de los mil rostros.

Llueve, siempre llueve cuando te necesito mucho, desesperadamente. Como piedad del destino acude a mis emociones para calmar el espíritu que las provoca. Yo cierro los ojos, la siento caer, cada gota de agua sobre el suelo canta una historia de amor. Se suceden las historias, de aquí y de allá, historias de gente afligida, que no sabe como llorar. Historias de gentes dichosas, que no pueden parar de sentir. Algunas en Sol mayor, otras en Si menor. Caen de a una y de vez en cuando dos o tres a la vez.
Entre los sonidos de las notas puedo escuchar un chelo, que llama mi atención sobre cada historia y me lleva de una a otra, como un espectador encantado. Yo me dejo llevar y escucho todo lo que puedo, siento como si la vida misma de millones de seres, cayese con cada gota. La pura esencia de cada persona, animal, vegetal y hasta algunos minerales. Para la lluvia somos todos iguales, así es ella: maravillosamente justa.
Cuando me doy cuenta estoy bajo la lluvia, empapado. Tengo un poco de frío, pero es solo mi propia soledad, mi propia amargura que aflora ante cada gota que lava la absurda humanidad con la cual nos empecinamos en cubrirnos. Entonces veo mi rostro reflejado en un charco, pero no me reconozco, pienso que ese no puede ser mi rostro. Cuando la lluvia me susurra: “Acostúmbrate, porque eres el hombre de los mil rostros.”

Paco Bracaia
29-10-2010

martes, 30 de noviembre de 2010

Los 47 rusos

Podrían haber sido menos, acercarse a la docena; o muchos más, pasarse del centenar, pero no. Eran cuarenta y siete rusos. Todos tenían puesto ese gorro de piel con mucha lana del lado de adentro que les tapaba las orejas. Hacía frío y todos tenían las manos dentro de los bolsillos. También tenían, todos, gruesos abrigos que les cubrían parte de las piernas.
Discutían sobre quien era el más ruso de todos, hablaban al mismo tiempo y cuando lo hacían se les congelaba el aliento alrededor de la boca. A veces ocurría que uno decía algo verdaderamente ruso, a lo cual los que se encontraban cerca, se callaban durante un momento para escuchar como seguía el discurso. Pero ante la primera diferencia de opinión se ponían a conversar otra vez. Había algunos que habían logrado llegar a la más primitiva forma del ruso, en la cual prácticamente emitían simples gruñidos y ademanes realizados sin sacarse las manos de los bolsillos. O sea, cabeceándose y haciendo muecas feroces.
Uno de ellos, que se hacía llamar Vladimir, había conseguido hacer callar a otros cinco rusos que se encontraban junto a él. Pero entonces, en medio de un discursillo acerca de sus vastos conocimientos pictóricos, se mordió la lengua. Aquello desató una oleada de carcajadas descomunal, los que no habían podido prestar atención a lo que había sucedido, preguntaban al respecto a sus aledaños y al no recibir como respuesta más que carcajadas y hombros encogidos, se echaban a reír igual para no parecer más tontos que los demás.
En medio de esa marea de sonrisas, había un ruso que permanecía serio, muy serio. Sentía que al quedar fuera de esa carcajada casi unánime, él, era el menos ruso de todos los presentes. Entonces decidió retirarse. Con su serio semblante paseó por entre los otros cuarenta y seis rusos y a cada uno lo miró a los ojos. Hubo algunos que no pudieron devolverle la mirada, otros que si, pero no hubo ninguno que no cambiara su expresión por seriedad. Y así se retiró, mirando hacia adelante.
Sumidos en el más profundo de los silencios, los cuarenta y seis rusos que quedaban agacharon la cabeza casi al mismo tiempo y no se miraron entre ellos. Todos pensaron que el más ruso de ellos acababa de abandonar el lugar.

29-07-2009

lunes, 29 de noviembre de 2010

El Candidato

Alesia subió al compartimento. La escotilla sonó pesada contra el borde de metal.
Subió, recorrió con la mirada todo el suelo de la habitación, adentro solo estaba Juan Carlos, comiendo papa hervida.
-Esta comida es una mierda.- dijo Juan Carlos fastidioso.
-Callate y seguí trabajando, no te pagamos para comer.- Alesia le arrojó un saco de tela, que contenía muchas tabletas.
-Andate a la concha de tu madre, Alesia.- Juan Carlos estaba de muy mal humor.
-Terminá de armar el fragmento, que mañana lo tenemos que probar con las ovejas.-
El fragmento era un importante módulo que jugaba un rol esencial en el experimento que estaban llevando a cabo.
-¿Para mañana? ¡Es una locura! Si prueban esto en una oveja la van a volatilizar.-
-Por eso te tenemos a vos, arreglá el fragmento. Que esté listo para activarse mañana. Si no sos útil te vamos a empezar a tratar con menos cuidado ¿Entendés Juan Carlos?- Juan Carlos no se había terminado sus papas hervidas. Alesia le dedicó una mirada amenazadora y al salir cerró la escotilla con un fuerte golpe.

Al otro día.
Una oveja salta felíz por el campo, tiene un cinturón atado con un aparato electrónico y en la cabeza, un casquito con un paraguas. Da un par de saltos, dice “mmeee…” y explota. No queda ni un rulo de lana.
Del Mico, el encargado de la operación, se agarra la cabeza y grita. Juan Carlos llora en silencio, cabizbajo, Alesia se apresura a traer otra oveja. La preparan y la operación se repite, esta vez la oveja no explota, tiembla cada vez más rápido y se desdibujan los bordes de su cuerpo hasta que convierte en un político. Todos saltan de júbilo y tiran serpentinas, todos menos Alesia.
Ella llama por teléfono y dice.
-Hola ¿Con el partido? Ya tenemos al candidato.

17-04-2009