jueves, 22 de marzo de 2012

LOS NAUKÚRES

Solo al terminarse las últimas ánforas, botas y vasijas, los Naukúres fueron a buscar a “El que conoce los senderos del agua”. Los Naukúres suelen llamar a sus semejantes de acuerdo a la condición más sobresaliente que cada uno presentase, entonces cuando el precioso y vital líquido escaseaba, lo más adecuado era buscar a “El que conoce los senderos del agua” para que les indicase a dónde podían encontrarla. “Siempre la palabra correcta” fue el designado para solicitar su ayuda, él se acercó y dijo:
-Puedes dormir todo lo que quieras, pero el pueblo morirá de sed.-
“El que conoce los senderos del agua” que era muy sabio y aprovechaba cada momento para dormir, se despertó y salió de su choza. Observó que todas las botas estaban completamente vacías y no había reservas disponibles. Miró a todos en derredor y cuando se acercaron y aguardaron expectantes, les habló:
-Han dejado pasar mucho tiempo. Quizás me tome días el regresar nuevas provisiones, pero haré mi mejor esfuerzo.- Dijo pausadamente pero sin titubear, luego hizo una pregunta.
-¿Dónde está “El de la fuerza prodigiosa que puede levantar cosas muy pesadas”?- Todos se miraron entre ellos, pero ninguno respondió. –Es un camino largo y será mejor que traigamos muchas botas llenas de agua, tantas como “El de la fuerza prodigiosa que puede cargar cosas muy pesadas” sea capaz de llevar sobre si.- Esta vez, todos asintieron al mismo tiempo, pero nuevamente, nadie pronuncio palabra alguna. “El que conoce los senderos del agua” miró a todos sus congéneres con una expresión de profundo reproche y dijo con voz enérgica. –¿Se dan cuenta de que sin él, no podré traer suficiente agua para todos?-
Después siguió un silencio acogotado, que fue perdiendo presencia entre los murmullos primero y los alaridos luego. Se levantó un gran revuelo cuando todos hablaban al mismo tiempo. Fue un atolladero. Y en medio del griterío una voz se alzó e hizo callar a los demás, esa voz pertenecía a “Aquel que detenta la ira y no teme usarla”.
“Aquel que detenta la ira y no teme usarla” llamó a silencio con un rugido y todos se volvieron hacia él justo a tiempo para ver cómo le asestaba una tremenda bofetada a alguien que acababa de llegar y estaba a su lado. –Uhhh…- se escuchó luego del chasquido de la palma contra el rostro, proferido por cada uno de los Naukúres que observaba. El recién llegado cayó al piso sorprendido por el impacto certero que acababa de recibir. Luego “Aquel que detenta la ira y no teme usarla” tomó un gran objeto hecho en madera y lo sostuvo sobre su cabeza. –Ehhh… - profirió esta vez la muchedumbre. Y “El único que sabe trabajar la madera” gritó velozmente: -¡Nooo! Es una mesa y la necesitamos…- La masa de Naukúres se volteó hacia él y lo miró un instante con un gesto incierto, nadie en la tribu usaba las mesas, el único que les daba cierto valor, por tratarse de una afición sentida aunque desdeñada por los otros Naukúres, era “El único que sabe trabajar la madera”.
Al mismo tiempo “Aquel que detenta la ira y no teme usarla” descargó la mesa sobre el caído y esta se partió en mil pedazos. Las miradas de la muchedumbre volvieron súbitamente a dirigirse hacia ellos. “Siempre la palabra correcta” observó y dijo con calma: -Hemos cometido un grave error.-
Al retirar uno a uno los pedazos de la mesa, se dieron cuenta de que quien yacía herido en el piso, con un filoso resto clavado en la pierna, era “El de la fuerza prodigiosa que puede cargar cosas muy pesadas”. Al verle, ahogaron juntos un grito. Algunos comenzaron a llorar, otros se sujetaron las mejillas con las manos, el cielo se arrugó entre las nubes y todos, todos los Naukúres miraron hacia abajo, inclusive “Aquel que vigila las estrellas”.
Las cabezas permanecieron gachas, pero hasta el suelo parecía esquivar sus miradas. El viento silbó en sus oídos, languideciendo. Y cuando casi dejaba de oírse, empezó a mezclarse con una tenue melodía, tan tenue como no lo fueran anteriormente los gritos de “Aquel que detenta la ira y no teme usarla”. La música se hacía cada vez más dulce y más hermosa, era la voz de “Aquella que lleva consigo la esperanza”, ella andaba entre todos susurrando palabras en sus oídos, y por donde ella pasaba, las cabezas se levantaban. Al hacerlo se miraban e iban cobrando nuevos ánimos. “Siempre la palabra correcta” la vio andar con suavidad hacia él y sonrió, entonces se puso de pie y dijo.
-¡Vamos! Levantaos y acompañemos todos a “El que conoce los senderos del agua”. Algunos se quedarán aquí y asistirán a “El de la fuerza prodigiosa que puede cargar cosas muy pesadas”, que no podrá acompañarnos, mientras tanto los demás traeremos agua suficiente para un mes entero.- Todos los Naukúres dieron un salto y un grito de celebración a sus palabras. Todos menos “El de la fuerza prodigiosa que puede cargar cosas muy pesadas”, él se mantuvo quieto en el piso con el rostro ensangrentado, una pierna y seis costillas rotas.

martes, 14 de febrero de 2012

TRISTE ENCANTO

Allí, donde sus manos no podían alcanzar, donde el recuerdo se escondía inaccesible a las emociones, allí donde están todas las penas que no pudieron ahogarse; en ese lugar esperaba la Luna. Tierna, con su velo de humedad cubriendo un rostro de angustia ensombrecido, expectante. Nunca pensamos, cuando miramos a la luna, que ella nos mira también a nosotros, que se emociona con nuestra visión, que nos admira, que a veces se enoja cuando brillamos más que ella, cuando piensa que no nos importa. La Luna y su cruel condena, atadas la una a la otra, embelleciéndose mutuamente, torturándose, contando una verdad tras otra, que ayuden a construir una nostalgia doble, amar por anhelar. Allí donde las manos no alcanzan a las emociones, donde una mirada debe decir lo que dicen mil palabras, la Luna espera en silencio, lloran sangre las grietas de su corazón roto, que late y hace vibrar sus labios partidos, porque entre sus dientes aprieta las lagrimas que desearía no llorar. Siente lo que siente al vernos aquí tan lejos, tan indiferentes, tan callados, tan fuera de su alcance. Y nosotros la observamos, brillando, a veces un poco, a veces como el fuego. Siempre nos ofrece su brillo, su humilde y nocturna iluminación, y nosotros que la vemos sufrimos, triste encanto, porque no podemos comprenderla.

martes, 7 de febrero de 2012

Notas a la deriva

Nota nº 8

Ellos estaban allí, y yo estaba, de alguna manera. El tiempo había pasado, muchas veces había pasado y se había mezclado hasta perder sentido. Nos miramos entre todos, entre algunos, y sonreímos, éramos cómplices, todos habíamos entendido el chiste al punto que no necesitaba explicación, ni siquiera una sola palabra. Pero era incontenible, los poros dilatados dejaban salir una parte que no solo no era suficiente, si no que lo convertía en una tortura, entonces entraba la risa silenciosa, era lo único que parecía adecuarse a la situación.
Nos mirábamos y aunque algunos quedaban fuera del rango de visión directa, podía sentirse esa mirada clavada en nuestra espalda, que parecía decir: "Si, lo entendiste vos también, parece que no puede ser, pero es así". Daba la impresión de que si te ponías a pensarlo, el hechizo se rompía, el monstruo eternamente insaciable te atraparía otra vez en su mundo de maquinarias caprichosas, lógicamente acompasadas. Todos estábamos allí, yo me reía y ellos también, era imposible contenerse. Era una sensación deliciosa y absoluta, el tiempo había dejado de sentirse hasta desaparecer.

viernes, 3 de febrero de 2012

Del bosque

El bosque tiene una identidad, bajo las copas de los árboles se siente otra humedad, otro clima, los sonidos se escuchan de otra manera e inclusive, el bosque tiene su propia voz, su propia forma de hacer sonar el viento.
No se lo llega a distinguir porque lo hace muy lentamente, pero el bosque se mueve, los árboles no solo se mecen, si no que se trasladan, razón por la cual hasta el más conocedor puede llegar a perderse en la espesura del bosque.
El suelo del bosque es lo que el mismo necesita, a veces cubrir las raíces de sus árboles con hojas y ramas, otras dejarlas a la intemperie del cielo y sus copas, para que beban el agua y sientan el aire. El bosque se llena de musgo si es que así lo desea y solo dejará habitar entre sus árboles a los animales que él decida. Así y todo la energía del bosque puede ser rápidamente desecha, no porque sea de diferente naturaleza que la del hombre, de hecho provienen del mismo lugar, de la misma luz. Si no porque el bosque tiene una nobleza, una compasión y un honor, que el hombre no se preocupa en cultivar. De esa manera el bosque sucumbe ante las atroces faltas y desconsideraciones del hombre y muere con orgullo habiendo sido fiel a su naturaleza, durante el transcurso de toda su vida. Que es mucho más de lo que pueden decir la mayoría de los hombres.

lunes, 25 de julio de 2011

Historias de Puerto III

"Dos vasos de cerveza"

Eran dos marinos, Jules y Fidel, se sentaban siempre juntos a tomar cerveza en el mismo bar, cuando estaban en tierra. Lo que más les gustaba era tomar cerveza y contar las historias que habían vivido, en aguas lejanas, en puertos extraños, con gentes misteriosas. Siempre terminaban igual, borrachos y a las carcajadas, pero eran tan alegres, que todos se reían con sus fantásticas historias. Cuando estaban en tierra.
Siempre que iban a altamar, la mujer de Jules les preparaba un soberbio desayuno compuesto por muchos platillos diferentes. Después, Norah, los acompañaba a los muelles y se quedaba el día entero hasta que el barco zarpaba. Antes de irse, Jules le daba un beso y cuando parecía que ya se estaba marchando, se volvía hacia Norah y sonreía de costado, con un solo lado de la cara. Entonces ella le devolvía la sonrisa, pero la de ella era una sonrisa amplia y deliciosa, que era imposible de contener en un rostro que no fuese el de Norah. Siempre, lo último que veía el uno del otro, era una sonrisa.
Fidel no tenía esposa, aunque si muchas mujeres, él sabía que si algún día tenían un accidente y no volvían de altamar, lo llorarían muchas más damas que a su amigo, pero que ninguna de ellas lo lloraría tanto como Norah a su corpulento marido. Jules era bastante alto y siempre bromeaba poniendo una mano sobre el hombro de su amigo y diciéndole que era un enano, lo cual era cierto. Fidel, que era más pequeño y tenía la cabeza llena de rulos, protestaba un rato con gesto enérgico y luego tomando aires de suficiencia, le respondía que él se estaba quedando pelado, lo cual también era cierto. La discusión continuaba hasta que uno de los dos, agotada su paciencia, amenazaba con golpear al otro. Por lo general lograban resolver el altercado por sus propios medios, pero a veces era necesaria la acción de uno o más de sus compañeros para interrumpir sus pleitos sin que llegasen a golpearse.
Los barcos pesqueros siempre querían contratarlos, porque a demás de ser excelentes marinos y pescadores, navegar con ellos era muy divertido. Excepto cuando los dos se ponían de acuerdo para gastarle una broma a algún otro miembro de la tripulación, por supuesto, ese pobre desdichado terminaba fuera de sí, a los gritos y exigiendo venganza. Pero todos los demás, que observaban la broma desde afuera y muchas veces eran cómplices, se entretenían en grande.
Jules tenía la habilidad de moverse con una presteza y velocidad poco usual en alguien de su tamaño, tanto en cubierta como dentro del barco, podía llegar de un lado a otro en instantes y era tan ligero para cumplir las órdenes del capitán, como para ignorarlas cuando él mismo las consideraba equivocadas. Nunca se equivocaba, Jules, tenía madera de capitán. Fidel siempre se quedaba observando el cielo y decía que podía oler los cambios de humedad en el aire. Cuando los otros marineros le preguntaban por el clima, él siempre se tomaba un momento y les respondía con una sonrisa de satisfacción, como si estuviese leyendo en el mismo firmamento. Lo que Fidel predecía, siempre se cumplía. Siempre, menos aquella vez.
-Tendremos una noche hermosa.- Dijo, como siempre decía antes de una noche así.
Pero no aquella vez. No aquella vez.
No importa lo hábiles que pudieran haber sido los tripulantes de aquel buque pesquero, ninguna maniobra los hubiera sacado del tifón. Se encontraban a merced de ese caprichoso Dios del mar, al que todo marino parece rezar o al menos tener en consideración por si su ira inexplicable, algún día, llega a posarse sobre sus cabezas. Y aquel temido día llegó, como había llegado muchas otras veces, esta vez llegó con el día terminado. El mar fue cruelmente violento y la noche, cerrada y fría, los devoró.
Algunos días después, cuando en el puerto se enteraron, comunicaron las noticias, las tristes noticias. Muchas mujeres lloraron, pero más que todas ellas, lloró Norah, como ninguna otra, a su amado. Ella miraba la mesa de la cocina, pero nunca más preparó allí otro desayuno.
Es difícil saber que se dijo de los otros, pero hay un bar muy cerca de los muelles, desde donde puede verse el mar ir y venir con sus olas, donde todas las noches, en una mesa junto a la ventana, ponen dos velas y dos vasos de cerveza, que están siempre allí esperando, por si algún día Jules y Fidel, vuelven para contar la historia del naufragio. En ese bar siempre brillan, a la luz de las velas, dos vasos de cerveza, que están siempre allí, esperando. Y si alguien se sienta en la mesa, en la que está junto a la ventana, tiene que contar una historia o irse del bar sin tomar nada.

viernes, 15 de julio de 2011

La voz del leviatán

- Temblad.- dijo el leviatán. Y todas las personas del mundo temblaron.
- Adoradme.- dijo luego con voz pausada y penetrante. Las personas del mundo, atemorizadas, se arrodillaron y lo adoraron. La masa inmensa que era el cuerpo del leviatán se alzaba inicua y suntuosa ante la gente.
- Ámenme. Y tendrán bonanza y compasión.- una ráfaga de dulce viento acarició los rostros de todos los presentes. Las alabanzas prosiguieron.
- Desobedézcanme y tendrán dolor, cruel e inimaginable.- un rayo partió el cielo y dio en medio del público, los que estaban más cerca ardieron en llamas, mientras los que estaban más alejados cayeron por el hueco quebrado en la tierra. Los murmullos se alzaron y luego todos elevaron sus brazos suplicantes.
- Y ahora.- el leviatán casi sonrió, pero antes de hacerlo continuó.
-¿Estáis listos para entregarme sus almas?- todas las personas del mundo contestaron afirmativamente, todas menos una. Se trataba de Oyi-El-Boyi, un ser que reflexionaba acerca de lo que sentía y decía aquello que pensaba.
- ¿Qué es lo que estáis haciendo?- preguntó el joven a sus congéneres. -¿Estáis acaso realizando algún ritual?- La pregunta fue sincera, la respuesta fue real.
- ¿Qué dices Oyi, no ves que nos amenaza el leviatán?- Habló un hombre con miedo, que estaba cerca y podía escuchar.- De aquellos que estaban más lejos, algunos hicieron silencio, otros empezaron a orar.
- ¿Leviatán dices? No veo a ningún leviatán, veo mucha gente asustada, confundida y poco dispuesta a escuchar.- El leviatán juntó sus manos y el cielo se ensombreció para que fuesen más nítidos los relámpagos que se tendían sobre la gente. Otra persona se alzó de la multitud y dijo atolondrada.
- Oyi-El-Boyi ¿Es que no tienes miedo? ¿Por qué no puedes adorar al leviatán? Arrodíllate, implora su perdón, su furia será nuestro final.- Los ojos del leviatán ardieron con furia. Oyi-El-Boyi miró a la multitud.
- No puedo adorar aquello en lo que no creo, no puedo temer a algo que no tiene ningún poder sobre mi, no puedo quedarme callado ante el sinsentido que veo delante de mi. ¿Por qué no volveis a sus casas, a sus trabajos o a sus jardínes?.- De entre la gente se oyó una múltiple exclamación, que fue una mezcla de agonía, reproche y temor. Todos retrocedieron, se hicieron a un lado y Oyi-El-Boyi quedó separado en el centro de un gran espacio vacío. Las manos del leviatán se elevaron y con fuerza las bajó. Un estruendo grandioso acompañó al rayo que cayó. Allí justo donde estaba Oyi-El-Boyi pidiendo una explicación.
Una nube de polvo inmensa, cubrió el suelo en derredor, asombro, duda y sorpresa fue lo que despertó. Cuando se hubo disipado, encontró en el centro, parado, al joven que sin pensarlo, no había recibido daño. La incontable cantidad de personas alzó una pregunta eterna: las llamas no lo quemaban, la tierra no lo tragaba ¿Cómo era posible entonces, que desafiara el poder del leviatán?
- No comprendo su temor ni su ciego recelo ¿Por qué han de temer a algo que no existe más que en sus mentes?- Oyi-El-Boyi miró a la gente, a sus congéneres, por última vez.
- Rápido, a él, matadle antes que provoque la ira del leviatán.- La persona que había alzado la voz, ya corría hacia Oyi con el puño levantado, muchos más también lo hacían. Lo alcanzaron y lo destrozaron. Su carne arrancada de sus huesos hechos trizas, solo su sangre baño la tierra para consuelo de nadie.
Algunos dicen haberlo visto, otros, que quien lo vio era la persona al lado suyo, otros dicen que era imposible verlo, que era tan grande que se lo confundía con las nubes, otros recuerdan su voz, o quizás no. Pero ese día, todas las personas del mundo se arrodillaron y adoraron al leviatán.

miércoles, 6 de julio de 2011

LOS HABITANTES DEL ABISMO SUBLIMINAL

No eran pocos los que husmeaban, sus cuerpos torpes y andrajosos cubrían la superficie de la calle casi por completo. Andaban sin ningún cuidado, los adoquines al descubierto hacían que algunos tropezasen como si ni siquiera estuviesen mirando el suelo, pero todos ellos revisaban meticulosamente cada rincón, cada hueco en las paredes, cada montículo de tierra.
Una mujer ataviada con una pollera lila encontró un pañuelo limpio, algunos se acercaron y la rodearon para mirar, pero nadie dijo nada. Un joven movía en el aire un pincel que llevaba tiempo estando seco, con pintura verde impregnada, el color le había atraído, lo olfateó y lo arrojó con desdén. Ellos dos eran los individuos más sobresalientes del grueso grupo que deambulaba taciturno por esa callejuela olvidada. Los demás, miraban casi siempre hacia abajo y de tanto en tanto, escupían de costado. El mundo más allá de los extensos piletones de tierra que servían de límite a aquella calle, era algo que ellos desconocían, así como ciertos placeres inherentes al aseo personal.
Uno de ellos, un hombre con sombrero y las piernas muy sucias, como si se hubiese internado en un profundo cenagal, hacía una forma extraña con sus brazos y manos. A él nadie le prestaba la más mínima atención, aunque parecía estar muy concentrado en lo que hacía. En cambio, la mujer con pollera lila y de aspecto menos andrajosa que la mayoría, era seguida con asiduidad por otros habitantes del abismo subliminal en el que todos ellos habían sido depositados. Ellos tenían algunas cosas en común, nadie recordaba o parecía recordar cómo había llegado allí, nadie hablaba o sentía la necesidad de hacerlo. Pero ella tenía la capacidad de encontrar comida y eso la hacía especial entre todos los demás. Por eso siempre la seguían y la vigilaban. Nadie recordaba cómo habían sido depositados allí, o nadie parecía hacerlo, porque también había un hombre viejo, al que pocos prestaban atención, que miraba siempre al horizonte, ese que todos ignoraban y se preguntaba en voz alta por qué, dónde, cuándo.

sábado, 25 de junio de 2011

CONCEPTO DE SILENCIO

Era casi un silencio, casi, porque el ruido de la pava sobre la hornalla lo quebraba. Antes de que el agua comenzase a hervir, podía oírse el gas, manando de los pequeños orificios del anafe. Antes de que eso ocurriese podía escucharse el viento entre las hojas de los árboles, silbando inclemente sobre los jacarandaes. Y antes que eso, las ramas de los mismos meciéndose de un lado a otro… entonces… ¿Dónde estaba el silencio que yo sentí interrumpirse al hervir el agua? Pues estaba sencillamente en mi mente. Que el silencio no es ausencia de sonidos, si no una sumatoria de pequeños silencios ganados en internas batallas, contra nuestras propias ansiedades.

martes, 14 de junio de 2011

LOS ASESINOS SILENCIOSOS

Entre las aguas espesas, llenas de fango, pesados… ellos esperan.
Con los pies mojados, las rodillas flexionadas, los músculos tensionados… ellos acechan.
Los ojos vacíos de emociones, las piernas preparadas, los puños apretados… ellos observan.
En la densidad de la noche, el sonido de su respiración se mezcla con el viento, el olor de sus cuerpos se mezcla con la tierra… y ellos se preparan.
Son el asesino perfecto, que nunca duda ni pierde a su presa, son el espejo de la noche, invisibles. Antes de que la agitación se calme, ellos han hecho su trabajo. Muchos se preguntan qué son y de dónde han salido, mientras ellos desaparecen en silencio.

viernes, 10 de junio de 2011

El mundo en personajes - Entrada nº3 "El oceanógrafo aficionado"

Mi entendimiento acerca de las profundidades del mar es más bien limitado, pero en los días en que trabajaba como escafandrista en el canal de Venghurd, llegué a ver la desesperación con la que los cangrejos raspan sus pinzas contra las redes para poder escapar del destino de plato principal de un restaurant elegante. Eso me enseñó una importante lección: "Nunca acerques tu nariz a un cangrejo que huye por su vida".
También aprendí a mover de lugar objetos pesados debajo del agua, usando una soga y un palo. Pero lo más sorprendente que descubrí allí, en las cocinas de los restaurantes, fueron los asombrosos duelos de estrellas de mar, con los cuales se decidía quien lavaba los platos despues del guiso de lentejas.