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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Declamaciones del número 17, en 1º persona

Soy el mismísimo número diecisiete, de todos los números que hay, ese
es el mío. Esa es mi esencia misma, pues eso mismo, es lo que soy
un número, el diecisiete. Las más diversas incongruencias del mundo
no tienen forma de aplicarse a mi, porque se perfectamente que soy y
quien soy. Un número, el diecisiete. Mucho más sencillo de lo que
podría imaginar, de lo que puede calcularse, porque no hay nada que
calcular. Dos dígitos, el uno y el siete, diecisiete puestos desde el
cero, ochenta y tres antes del cien. Soy tan mágico como tangible,
soy la lógica misma, el absurdo total. El mundo incomprensible de la
perfección, ¡ja! el humano nunca la encuentra, porque no le sirve,
no la busca, no le interesa, es más, es completamente incapáz de verla.
Para la humanidad, la perfección es una utopía que no tiene más valor
que ese, y el ser humano es desastrozo para crear utopías. La
perfección es simple, no tiene nada que explicar, ni mucho menos que
ocultar. El mundo está magníficamente orquestado y dirigido por aquella
maravillosa ciencia: Las matemáticas. Allí la perfección es parte de
ese mundo, de esa ciencia. A algunos humanos les encanta estudiarla y
comprenderla, pero pocos llegan a ahondar enteramente en la naturaleza
más pura, más sencilla, más perfecta. Eso para los números, es muy simple,
no tenemos más que ser y seguir siendo.

martes, 21 de septiembre de 2010

Los Cíclopes.

Los Cíclopes.

Cinco cíclopes peleaban por una ceja, es que se venía el verano y todos querían evitar que el sol les estropease su único ojo. Como habían perdido su ceja en el incidente de las tostadas y la cucharita de plástico, habían pedido una ceja de repuesto para cada uno, pero al revisar la caja encontraron que solo les habían enviado una.
Ahora pelean por la única ceja del paquete. Uno de ellos, el que tiene un garrote de roble, se pone de pie y pronuncia la oración sagrada del bambú: “Ghar, khar, Raghagáraga Kur dur ramelgor dar ghack Kha dargoh.” Y acto seguido golpea el suelo con su garrote. Dos de ellos se asustan y abdican a su derecho a ceja. Otro hace una breve pero concisa disertación en la que explica el por qué de la negativa a hacerle caso. El restante solo responde negativamente y se saca un moco.
El intelectual pone sus manos en forma de arco y se tambalea en busca del sublime punto de la aceptación espiritual, su aura se hace una con el latir de los corazones de los otros cíclopes. Los dos que habían abdicado celebran “No solo es inteligente, si no que también es plásticamente sabio, merece la ceja”. El más grande de ellos, quien recitase la sagrada oración a punta de garrote, se indigna y se muerde los vellos de su axila.
El restante, que se había sacado un moco, toma la ceja y la guarda entre sus glúteos. Los demás se quedan atónitos con la boca abierta. Luego lo increpan y entre los cuatro le llenan los pies de manteca y se retiran. Pasa ocho días resbalando en el mismo lugar sin poder ponerse de pie.
Los otros cuatro se ponen lentes de sol y juegan al dominó hasta el invierno.