Mariano tenía un rectángulo y se sentía el rey del mundo. Nadie lo entendía, nadie lo envidiaba. El sostenía su rectángulo, lo sacaba a pasear, le cantaba canciones y lo llevaba a navegar. El rectángulo era su amigo y se lo entregaba todo. El rectángulo lo cuidaba y mantenía la integridad de su alma inmortal. Le cantaba más seguido la canción del manzanal.
Mariano miraba por la ventana y pensaba en las estrellas… Se preguntaba si la distribución del cosmos habría sido obra de un ingeniero o de un poeta. Compró un banquito especial para que el rectángulo, su amigo, no tuviese que estirar el cuello cuando se sentaba en la mesa. Su comida favorita eran los espárragos, su pasión el violoncello. Su peinado era un desastre, su pecado: la soberbia. Cincuenta estrellas contó Mariano, el firmamento de noche le cautivaba. Para él, el mundo era un puñal frío, que entra y sale de las tripas de los humanos sin dejar cicatrices, pero abandonando su temperatura en el interior de sus víctimas.
El rectángulo lo cuidaba, se preocupaba por él. Sufría con su dolor y gozaba con su dicha. Él lo sostenía y lo sacaba a pasear. Nadie lo entendía, nadie lo envidiaba.
2 comentarios:
quiero un amigo rectangulo ahora jajaja
Jaj... Todos podemos tener un amigo rectángulo, pero no olviden cuidarlos... son sensibles
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