Eudilio usaba siempre tiradores, pero esa mañana se apareció con un cinturón. Colgando de él: un par de cartucheras con un revolver cada una. Además traía puesto un sombrero de cuero, una camisa con flecos y esos “cubre-pantalones” que usan los que andan a caballo. Mantuvo la mirada hacia abajo, repasó a todos los presentes con un movimiento de cabeza. El humo salía por debajo del ala de su sombrero pero no se veía su cigarrillo. Cuando se detuvo permaneció quieto como una estatua. Los que estaban frente a él tenían diferentes expresiones. Algunos permanecían sin parpadear, algunos estaban asustados y otros aguantándose la risa. Todos estaban en silencio y así permanecieron hasta que el propio Eudilio rompió el hechizo de hipnotismo.
-Vamos…- Dijo sin moverse. –Sal de donde te escondes, Tucho.-
La frase gatilló las emociones de todos, los que se aguantaban la risa explotaron en un eco de carcajadas. Los que estaban asustados suspiraron y retrocedieron, todos miraron a su alrededor. Algunos murmullos comenzaron a levantarse y rápidamente se apagaron, las miradas se volvieron hacia Eudilio, que permanecía impertérrito con la mirada baja.
-No me hagas esperar, Tucho… - Se hizo una pausa y luego agregó.-Se que estás aquí.-
Los compañeros lo miraron un momento más y comenzaron a contagiarse las carcajadas, en un puñado de segundos todos se estaban riendo. Empezaron a preguntarse entre ellos si alguien conocía íntimamente a Eudilio, por lo que sabían de su comportamiento en el trabajo resultaba una persona normal, hasta el punto de resultar aburrido como compañía. Se contaban rumores sin dejar de reírse, con fuerza, sin pudor. Estaba claro que pensaban que se trataba de algún tipo de broma, pero que habían tardado en reaccionar. Todos estaban distendidos y se acercaron a su compañero para festejar el quiebre de rutina que este había provocado antes de que su jefe los retase. Pero nunca llegaron a abrazarlo. Un disparo de escopeta ensordeció a la audiencia. Eudilio cayó al suelo con un agujero en la espalda, su cuerpo hizo un ruido sordo al caer sobre la alfombra. Ante la mirada atónita de todos, un mexicano aulló en la oscuridad y disparó una pistola dos veces antes de salir corriendo del lugar.
¿Alguna vez has sentido que el universo se transforma a tu alrededor? ¿Nunca te dijiste "Muy bueno todo... pero donde estoy"? ¿Donde te pensás que estaban los guionistas de la dimensión desconocida? Elaboraciones de una mente que bien pudo haberse ido a dormir, pero no lo hizo.
lunes, 24 de enero de 2011
lunes, 17 de enero de 2011
HISTORIAS DE PUERTO II
Todos los sabores del mañana.
Con los ojos llenos de preguntas y los oídos de arena, el marinero se quedó mirando como la mujer guardaba la última pollera en un gran bolso. Hacía varios días que su embarcación estaba atracada en el puerto de Quilon y la mujer siempre había estado en la orilla, en uno de los mercados móviles que inundaban la zona. Ella terminó de acomodar su mercadería y colocó sus manos en la cintura, suspiró y luego levantó la vista. El marinero, que llevaba un sombrero deshilachado, estaba recostado en una pendiente sobre su codo derecho; pero nunca dejó de mirarla. Sus ojos se encontraron y compartieron la brisa del oeste, era un día muy caluroso. La mujer se agachó a levantar sus bolsos, tomó el recaudo de revisar si se olvidaba algo y luego se los echó al hombro. Cuando levantó la mirada el hombre ya no estaba, ella cerró sus puños con fuerza sobre las manijas de hilo y dio media vuelta. Al hacerlo escuchó que alguien le llamaba, no entendió lo que le decían, pero se detuvo. El marinero la alcanzó con un paso ligero y esbozó una serie de palabras en un idioma que ella desconocía. El vio en sus ojos la confusión y vio mucho más. Entonces le tendió una cadenilla plateada, ante la duda de la mujer, él tomó uno de los bolsos que ella llevaba y le colocó la cadenilla dentro de la mano. Ese sencillo objeto representaba casi todo el capital del que él disponía, pero ella no lo sabía. La mujer respondió algo que el marinero jamás comprendió y se volvió hacia otro bolso, tomó de este un sombrero de marino y se lo entregó. Ambos balbucearon agradecimientos en lenguas que les eran extranjeras para ver si el otro las comprendía, pero tampoco así entendieron lo que se dijeron. El marinero le devolvió el bolso, la mujer sonrió y se fue pensando si alguna vez volvería a ver a ese marinero. Él la miro alejarse y volvió esperando que su barco no tuviese que zarpar esa noche.
Con los ojos llenos de preguntas y los oídos de arena, el marinero se quedó mirando como la mujer guardaba la última pollera en un gran bolso. Hacía varios días que su embarcación estaba atracada en el puerto de Quilon y la mujer siempre había estado en la orilla, en uno de los mercados móviles que inundaban la zona. Ella terminó de acomodar su mercadería y colocó sus manos en la cintura, suspiró y luego levantó la vista. El marinero, que llevaba un sombrero deshilachado, estaba recostado en una pendiente sobre su codo derecho; pero nunca dejó de mirarla. Sus ojos se encontraron y compartieron la brisa del oeste, era un día muy caluroso. La mujer se agachó a levantar sus bolsos, tomó el recaudo de revisar si se olvidaba algo y luego se los echó al hombro. Cuando levantó la mirada el hombre ya no estaba, ella cerró sus puños con fuerza sobre las manijas de hilo y dio media vuelta. Al hacerlo escuchó que alguien le llamaba, no entendió lo que le decían, pero se detuvo. El marinero la alcanzó con un paso ligero y esbozó una serie de palabras en un idioma que ella desconocía. El vio en sus ojos la confusión y vio mucho más. Entonces le tendió una cadenilla plateada, ante la duda de la mujer, él tomó uno de los bolsos que ella llevaba y le colocó la cadenilla dentro de la mano. Ese sencillo objeto representaba casi todo el capital del que él disponía, pero ella no lo sabía. La mujer respondió algo que el marinero jamás comprendió y se volvió hacia otro bolso, tomó de este un sombrero de marino y se lo entregó. Ambos balbucearon agradecimientos en lenguas que les eran extranjeras para ver si el otro las comprendía, pero tampoco así entendieron lo que se dijeron. El marinero le devolvió el bolso, la mujer sonrió y se fue pensando si alguna vez volvería a ver a ese marinero. Él la miro alejarse y volvió esperando que su barco no tuviese que zarpar esa noche.
sábado, 8 de enero de 2011
Levitación
La base está en la búsqueda de la claridad. Justo cuando el cuerpo y la mente vibran en la misma frecuencia, en el mismo lugar, en el mismo momento y ambos juntos no son nada. El desmantelamiento de todas las capas que componen el ego, la ilusión de personalidad, las mentiras de las diferencias… Todas esas cosas nos atan al suelo, al yugo de la gravedad. En la mínima expresión del ser, encontramos plenitud y libertad. El disfrutar del simple hecho de ser nos eleva. Para ser, no hacen falta muchas cosas y seguramente son menos de las que creemos. Cuando el ser vive en plenitud y solo se ocupa en eso, consigue dejar atrás todo lo que le impide ser libre, todo lo que le impide decidir y disfrutar. Cuando todo queda lejos el ser en estado de plenitud se eleva, se despega de suelo y se suspende en el aire.
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