Eudilio usaba siempre tiradores, pero esa mañana se apareció con un cinturón. Colgando de él: un par de cartucheras con un revolver cada una. Además traía puesto un sombrero de cuero, una camisa con flecos y esos “cubre-pantalones” que usan los que andan a caballo. Mantuvo la mirada hacia abajo, repasó a todos los presentes con un movimiento de cabeza. El humo salía por debajo del ala de su sombrero pero no se veía su cigarrillo. Cuando se detuvo permaneció quieto como una estatua. Los que estaban frente a él tenían diferentes expresiones. Algunos permanecían sin parpadear, algunos estaban asustados y otros aguantándose la risa. Todos estaban en silencio y así permanecieron hasta que el propio Eudilio rompió el hechizo de hipnotismo.
-Vamos…- Dijo sin moverse. –Sal de donde te escondes, Tucho.-
La frase gatilló las emociones de todos, los que se aguantaban la risa explotaron en un eco de carcajadas. Los que estaban asustados suspiraron y retrocedieron, todos miraron a su alrededor. Algunos murmullos comenzaron a levantarse y rápidamente se apagaron, las miradas se volvieron hacia Eudilio, que permanecía impertérrito con la mirada baja.
-No me hagas esperar, Tucho… - Se hizo una pausa y luego agregó.-Se que estás aquí.-
Los compañeros lo miraron un momento más y comenzaron a contagiarse las carcajadas, en un puñado de segundos todos se estaban riendo. Empezaron a preguntarse entre ellos si alguien conocía íntimamente a Eudilio, por lo que sabían de su comportamiento en el trabajo resultaba una persona normal, hasta el punto de resultar aburrido como compañía. Se contaban rumores sin dejar de reírse, con fuerza, sin pudor. Estaba claro que pensaban que se trataba de algún tipo de broma, pero que habían tardado en reaccionar. Todos estaban distendidos y se acercaron a su compañero para festejar el quiebre de rutina que este había provocado antes de que su jefe los retase. Pero nunca llegaron a abrazarlo. Un disparo de escopeta ensordeció a la audiencia. Eudilio cayó al suelo con un agujero en la espalda, su cuerpo hizo un ruido sordo al caer sobre la alfombra. Ante la mirada atónita de todos, un mexicano aulló en la oscuridad y disparó una pistola dos veces antes de salir corriendo del lugar.
1 comentario:
ahhh, pobre Eudilio...
No se muy bien porque Sr.Bracaia, pero sus historias de las oficinas, como la del Sr.Adalbosta Bonicciengui, me producen un cierto temblor almistico (alma y mistico)...
tal vez mañana QUiebre mi Rutina laboral
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